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Democracia constitucional

13 de Diciembre del 2018 - José Luis López Tamargo (Oviedo)

Decía Hobbes que la democracia era la “aristocracia de unos cuantos oradores, interrumpida a veces por la Monarquía temporal de un solo orador”. Eran los tiempos del triunfo del absolutismo moderno, con poca relación con las tesis contractualistas y parlamentarias de un posterior Locke. Y muy lejos aún del sufragio universal, una estructura social más igualitaria y fluida, abierta y no estamental. Siempre ha habido defensores de una “democracia de las élites”, una fórmula algo oligárquica que viene dada sólo por elecciones con garantías cada cuatro años y los tentáculos férreos de los aparatos de los partidos. Frente al parlamentarismo clásico y decimonónico, sesteante, senatorial y augusto, formaciones que postulan o postulaban casi una democracia directa y asambleísta irrumpen con sus actuaciones heterodoxas, en realidad enfocadas a dar la campanada mediática e intentar conectar con las demandas más urgentes de los sectores sociales especialmente descontentos. La ultraderecha, por su parte, ya está a la vuelta de la esquina y arañará votos pero no de manera tan notable como en el resto de Europa.

Convertir los parlamentos en teatrillos evidentes de “la sociedad del espectáculo” los degradan, aunque también podríamos decir que les dan vida y airean como cámaras de resonancia de la soberanía popular y sentido de una democracia que pulsa la calle. Es pedagógico trasladar que nuestros diputados electos no se deben al cuerpo electoral en virtud de un mandato imperativo sino representativo, aunque aforamientos, actuaciones irregulares y embustes hacen feo.

El ideal parlamentario civilizado no es un gallinero de enfados y discordias ni un club de patricios. Avances sociales y garantías son frutos de lo mejor de una democracia kelseniana, surgida con el fin de autocracias y guerras totales en Europa. Considero muy correcta la conexión con asociaciones, colectivos ciudadanos y entidades de interés público y social, así como la formulación alternativa de una poliarquía respetuosa. Porque la democracia no es demagogia vociferante en loor de un líder aclamado pero tampoco pura tecnocracia o cultura organizacional partitocrática, tan vinculada a la mercadotecnia. Todo ello, cuando sabemos que desde mecanismos democráticos pueden llegar al poder auténticos tiranos.

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