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Dedicación y transmisión de valores a los hijos

14 de Diciembre del 2018 - Ángel García Prieto (Oviedo)

Una de las razones que se pueden aportar al debate que plantea el problema de la conducta de los jóvenes en las escuelas y en la calle es que los chicos se sienten cada vez más solos. Se han hecho múltiples estudios sociológicos en países muy adelantados y una de las causas que se esgrimen es que los padres, por razones laborales o de otro tipo, tienden a dedicar menos tiempo a sus hijos. Diversos estudios norteamericanos, hechos con poblaciones de niños y jóvenes desde hace dos décadas, ven aumentos de cifras de fracaso escolar, delincuencia juvenil, embarazos precoces, a pesar de que los ingresos económicos del hogar por niño aumentaron. Se alcanzaron cifras récord de malestar infantil, que despertaron la preocupación social. Así, una encuesta publicada en la última década del siglo XX por la revista "Time" afirmaba que al sesenta por ciento de los jóvenes estadounidenses le gustaría dedicar a sus hijos más tiempo del que ellos recibieron de sus padres, pues, como afirmaba el profesor Louv en "La niñez del futuro", la autonomía de que disponían los niños, “más que a la educación en la libertad, se acercaba al abandono”.

Los hijos requieren dedicación, consejo, apoyo, seguridad y necesitan saber que tienen la retaguardia asegurada. Y que en un momento determinado, cuando tengan dudas o problemas de algún tipo, hay alguien querido y cercano que les ayude a sobrellevarlos. Esto es fundamental, pues es imprescindible la función de la familia; aunque ésta sea vicaria, porque la familia no siempre puede ser el padre y la madre, y hay familias monoparentales por viudedad o por separación.

Ya se había dicho en la Cumbre Mundial de la Infancia de la ONU, y Willian J. Bennett, entonces secretario de Educación, pronunció un discurso en la Universidad de Notre Dame (Indiana) en el que entre otras muchas cosas dijo que “en los últimos años hemos hecho un trabajo razonablemente bueno enseñando a nuestros hijos virtudes delicadas como la tolerancia, la comprensión, la propia estima y la sensibilidad. Y eso está muy bien (...). Así es como se configura el carácter de una sociedad: mediante la moralidad individual, que acumula un capital social de generación en generación, en beneficio de nuestros hijos. Las convicciones privadas son una condición del espíritu público. Pero hay que renovar continuamente la inversión en convicciones privadas: han de hacerlo los adultos. Esa es nuestra misión”.

Es muy importante siempre que las personas se puedan sentir valoradas en su justa medida, lo que adquiere característica de auténtica necesidad durante la adolescencia, en la que la inseguridad producida al abandonar la niñez determina una vivencia de precariedad que puede llegar a ser agobiante y muy destructiva. El peor de los chicos tiene un valor enorme como persona que es, y eso hay que dejárselo siempre muy claro.

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