El bastón rojo y blanco
Tres bellos cisnes negros batían sus manos con la agilidad de alas de colibrí: tres jóvenes intérpretes del lenguaje de signos mantenían una conversación invisible con dos personas sordociegas que nos abrían el libro de sus vidas a los asistentes a una jornada de conocimiento y sensibilización hacia esta discapacidad. Las intérpretes vestían de negro para que sus manos destacaran sobre su ropa, pues la sordoceguera puede ser de nacimiento o adquirida y manifestarse en mayor o menor grado, por lo que pueden disfrutar de un cierto grado de visión.
Los dos ponentes, un hombre y una mujer activistas de Asocide, con sus bastones rojos y blancos me recordaban a los doctores en artes marciales con sus cinturones rojos y blancos. Rojos de amor, pasión y entrega y blancos de pureza. Ellos, doctores de la vida, nos contaban su lucha diaria por mantenerse activos, productivos y lo más autónomos posible en un entorno social y urbanístico poco sensibilizado y poco adaptado aún a sus necesidades, que podrían ser, cualquier día, las nuestras. Nacieron sordos, pero su progresiva ceguera ha sido adquirida. El hombre, antaño pintor, tuvo que cambiar sus lienzos de tela por lienzos humanos, deletreando con su índice sobre las palmas de nuestras manos, con letras mayúsculas, sus vivencias. Pese a sus limitaciones sensoriales, diariamente viajan solos, o con su perro guía, y caminan por las calles donde, a veces, requieren de nuestra ayuda para cruzar u orientarse. Para ello disponen de unas tarjetas en las que el texto "Ayúdeme a cruzar, soy sordociego" pasa desapercibido a gran parte de los viandantes ciegos a las necesidades ajenas.
Aplaudimos sus intervenciones moviendo las manos y pateando el suelo: podían sentir esa vibración.
¿Podremos vibrar nosotros con la misma valentía, entrega e inteligencia con que ellos viven sus vidas?
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