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España: 1978/2018

14 de Diciembre del 2018 - Marcelo Noboa Fiallo (GIJÓN)

Día 6 de diciembre de 2018, me despierto, como todas las mañanas, con la radio. Tertulia sobre los 40 años de la Constitución española. La periodista repasa la hemeroteca sobre aquellas fechas: el pueblo español votando por primera vez después de 38 años de dictadura. Preguntan a una señora que se acerca a votar: “¿Usted por qué ha venido a votar?”. Respuesta: “Porque me ha mandado mi marido”.

Ésta era la España de entonces, la España preconstitucional. La España que, a pesar de que el dictador había muerto 3 años antes, todavía vivía (y sufría) bajo las leyes franquistas, y la mujer, víctima doble, presa de los Principios del Movimiento y de la Sección Femenina: no podía viajar, ni sacar pasaporte, ni una cuenta en el banco, ni trabajar sin el permiso del marido o del padre. Hoy, 2018, más del 80% de las jóvenes de 18 a 30 años desconocen que sus madres/abuelas vivían en estas condiciones.

Con el dictador agonizante, me encontraba yo en la estación de trenes de Salamanca a buscar a mi novia, que llegaba de su pueblo. Como es normal, le di un beso de bienvenida, nos cogimos de la mano y salimos de la estación. Un policía se me acercó y me espetó al oído: “Para hacer el amor hay otros sitios más discretos”. Mi novia y yo nos miramos desconcertados. Pregunté al policía por qué decía eso (esperando que se hubiese equivocado de personas). Me cogió del brazo y enfilamos a Comisaría. Durante el trayecto intenté “razonar” con el policía sobre lo ocurrido. Inútil, se enfadaba más y me advertía que podía llevar testigos ante el comisario. Fue uno de los momentos más tristes de mi vida. Mentirme a mí mismo y reconocer ante el comisario que estaba haciendo cosas “indecorosas” y que no volvería a pasar. Mis antecedentes en las asambleas universitarias, como delegado de la Facultad, no eran precisamente una “buena hoja de servicios”, y ellos, supongo, lo conocían.

Por supuesto que esto no es más que una simple anécdota, una nimiedad, frente a los asesinatos y últimos fusilamientos que la dictadura ejecutó sólo un año antes, o las represiones criminales al movimiento obrero y estudiantil, pero simbolizaba la España cutre, curil, mojigata, enfermiza. La España en blanco y negro. La vergüenza de Europa.

Por ello, cuando oigo a Pablo Iglesias que no hay nada que celebrar en el 40.º aniversario de la Constitución se me ponen los pelos como escarpias. No estaría mal que repasara el excelente artículo de Nicolás Sartorius (por si no lo sabe, no es del PP ni del PSOE, perteneció al Partido Comunista que ayudó a construir la nueva España), entre otras cosas dice: “La Constitución de 1978 es la culminación de un difícil proceso histórico por una España democrática. Si exceptuamos cinco años (1931-1936), II República, España nunca había tenido democracia. Todos los intentos de implantar ciertas libertades acabaron con intervenciones armadas: la Constitución de Cádiz a manos del duque de Angulema y los Cien Mil Hijos de San Luis; La Gloriosa y la I República bajo la intervención del general Pavía; el periodo de la Restauración con el golpe de Primo de Rivera y la II República con la rebelión de Franco. Todo ello adobado con cuatro guerras civiles en apenas 100 años. Quizás por eso el poeta Gil de Biedma pudo versificar: ‘De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España / porque termina mal’ y concluía exhortando a que España expulsara a los demonios”. Sartorius, por su parte, termina afirmando que por fin en 1978 se expulsó a los demonios históricos de España. No puedo estar más de acuerdo con él. Aunque sólo sea por ello, hay motivos de sobra para celebrar los cuarenta años de la Carta Magna.

Otra cosa bien distinta es que se considere la Constitución como intocable, como “las Tablas de la Ley”, como un “tótem”, paradójicamente por aquéllos que la denigraron en aquellos difíciles tiempos, la ningunearon y hasta votaron en contra (como Aznar).

Urge su reforma, aunque sólo sea porque la sociedad española de 2018 en nada se parece a la de 1978. Lamentablemente, los políticos de hoy en nada se parecen a los que consiguieron ese consenso histórico y, además, tratan a esa generación (la de Nicolás Sortorius) como los “zombis del 78” (Pablo Iglesias/Miguel Urbán).

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