Derecho a decidir
Es de rabiosa permanente actualidad, contradicción evidente que no corrijo por representativa de los términos en los que muchos lo llevan a los medios de comunicación, el debate sobre el llamado derecho a decidir.
Concretamente sobre el derecho de un pueblo a decidir cuál es su destino, la permanencia en un Estado o la independencia, entendida como la posible en un mundo global pleno de dependencias.
¿Qué se entiende por pueblo? Entre las diversas opciones más o menos eruditas me inclino por una sencilla, que se corresponde con la práctica de lo que llamamos democracia, el pueblo es en cada momento el conjunto de los/las incluidos/as en el llamado censo electoral.
El pueblo es, por tanto, variable en el tiempo, por una parte el inevitable y constante abandono de este mundo que amenaza a los censados; por otra, la llegada a la meta de los dieciocho años de nuevos censados, un total de 480.082 en 2017 s.e.u.o. del INE.
Una de las ventajas de la democracia la constituye el poder disfrutar de la posibilidad, sin rendir cuentas a nadie, de cambiar tu opción ante unas urnas, entre un conjunto de partidos o una determinada opción, independencia o no.
Respondiendo a la pregunta planteada podemos ya formular una respuesta coherente para los lectores de LA NUEVA ESPAÑA, pueblo es un estado de opinión sobre una cuestión concreta como es su deseo de independencia, que se pone de manifiesto en una votación llamada referéndum, pero permanentemente variable.
Es decir, el derecho a decidir debe entenderse ejercitable permanentemente, aquellos que cumplen 18 años y por tanto alcanzan la categoría de pueblo, tienen derecho a ejercer su derecho a decidir al día siguiente, lo mismo aquellos que hayan votado en el referéndum una u otra opción, legítimas ambas, y estén descontentos con o sin independencia, tienen el derecho a decidir la vuelta atrás.
Tal parece que aceptada la teoría del ejercicio del derecho a decidir, cualquiera que sea el resultado será inamovible, el tal derecho quedará olvidado.
Es un tema serio, y como tal lo trato, pero no puedo evitar referirme a una alternativa manifiestamente descartable, el referéndum continuo, de periodicidad a determinar, acordada por los partidos y revisable cada cierto período de tiempo, en función del derecho a decidir sobre sus estrategias o firmes convicciones que les corresponden.
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