La Nueva España » Cartas de los lectores » Tribuna » ¡Más guapo nunca lo vi!

¡Más guapo nunca lo vi!

21 de Diciembre del 2018 - Gabino Busto Hevia

Es tiempo de montar o armar el belén, una costumbre que para los católicos conlleva un sentido esencialmente religioso, pero que para los que no profesan esa religión, incluidos agnósticos y ateos, puede presentar un exclusivo valor civil, histórico y cultural, tan respetable como el catequístico. En este punto resulta pertinente recordar que Julio Caro Baroja despertó a su vocación de etnólogo contemplando en los mercados navideños las populares figuras de belén.

Sea como fuere, el belén, que de pequeños conocimos en la Asturias central como “nacimiento”, es una máquina estética con un inmenso poder evocador.

A mí me lleva a los blancos y fríos días de los inviernos infantiles, cuando de la mano de mi madre, Lola Hevia, iba a las librerías de La Felguera –entonces había librerías– a comprar figuritas y otros elementos. Lo que dominaba entonces, a principios de la década de 1970, eran las pequeñas efigies de plástico policromado, cuidadosamente elaboradas con moldes por las mismas jugueteras que nos suministraban indios, vaqueros y soldaditos. No obstante, como remanente de épocas anteriores, aún era posible encontrar figurillas de terracota pintada. Recuerdo, en este sentido, la adquisición, también vía materna, de una gran pastora portadora de un cántaro que, perdida hace ya mucho, desprende en mi memoria tanto embrujo como la mismísima Venus de Milo.

Un momento muy especial llegó con la compra de los tres Reyes Magos, con sus respectivos camellos y sus pajes. Sus Majestades de Oriente, que derivan de una tradición mesopotámico-persa, avanzaban día tras día por uno de los caminos de serrín del nacimiento hasta llegar al pie del portal de belén, en donde quedaba montada la epifanía, que es, a mi juicio, una de las iconografías más asombrosas de la historia del arte occidental.

Mi madre también me ayudó a conseguir, poquito a poco, las hechizantes casitas de corcho y madera, el pozo, el molino, el puente, el castillo de Herodes y otros complementos imprescindibles en el espectáculo belenista. En todo esto mi progenitora fue más cómplice que mis hermanos mayores y llegó incluso a encargarle a un vecino con extraordinarias habilidades artesanas la construcción de un precioso diorama de una casería, que enriqueció sobremanera nuestro nacimiento doméstico.

Lola Hevia participaba también del embeleso del belén especialmente a través de las figuritas de vacas, ovejas, cerdos –gracioso y recurrente desliz histórico–, caballos, burros, gallinas, conejos, ocas, pavos, etcétera, animales que le recordaban el mundo agrario y ganadero que había conocido de niña en sus estancias en El Rebollal y Muñó, por tierras de Siero y, más tarde, en Villamiana, cerca de Oviedo.

SUMARIO:

El embeleso de Lola Hevia por los belenes

Asimismo, el nacimiento invitaba a mi madre a rememorar, como si de un rito se tratara, uno de sus trabajos escolares más queridos y del que nunca se separó. Se trataba de un cuaderno con el título “En honor al Niño Jesús y en agradecimiento a mi madre”, que resumía, con textos y dibujos a pluma, los principales pasajes del ciclo navideño.

Cuando, ya adulto, me hice con un “belén del huevo frito” completo, obra del artesano murciano José Ricardo Abellán, mi madre disfrutó con aquellas cándidas figuras de barro tanto como yo o más.

Con estos antecedentes, no es extraño que Lola Hevia, ya mayor, accediera a realizarme durante un par de Navidades, con tanto amor como paciencia, un pequeño nacimiento de trapo hecho con retales de tela y lana, y compuesto por el Misterio, los Reyes Magos y una pareja de pastores, que es uno de los belenes que instalo cada año en mi casa y, para mí, el conjunto belenista más valioso y encantador de todos los que he reunido hasta ahora.

Quisiera terminar con otro recuerdo que expresa la atracción de mi progenitora por los nacimientos. Un día de 2004, en La Felguera, distrito urbano de Langreo, me levanté para ir al trabajo. Eran las ocho de la mañana y había caído una gran nevada. Aún no había amanecido. Mi madre estaba en la cocina preparando el desayuno. Le dije que había nevado y se dirigió a la galería. Allí observó en silencio el pueblín del Campu La Carrera, situado en lo más alto del Valle y anegado por la nieve. Entonces volvió a la cocina fascinada, entusiasmada, y me contó lo que vio con un lenguaje sencillo, bellísimo, irrepetible, que a pesar de las dificultades que entraña su transcripción fue algo así como: “¡Gabi, cuánta nieve! Les casines, con les luces, talmente parecen un nacimiento. ¡Qué cosa más preciosa! La nieve tocando el cielo. Igual que en el portalín. ¡Más guapo nunca lo vi!”. Y mi madre siguió describiendo aquel paraje con una sensibilidad increíble, llena de magia y pureza, con la emoción de quien ve el mundo por primera vez.

Pie de foto:

Belén de trapo confeccionado por Lola Hevia.

Cartas

Número de cartas: 45580

Número de cartas en Julio: 41

Tribunas

Número de tribunas: 2069

Número de tribunas en Julio: 2

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador