España, camisa blanca de mi esperanza
Tengo para mí que la inmensa mayoría de la gente es algo ajena a abstracciones jurídico-politológicas. Y acepta, dentro de un amplísimo marco de ideas y opciones de vida, los frutos más logrados de una convivencia en democracia representativa liberal, con mandato constitucional de promover la igualdad de oportunidades, políticas sociales y el mantenimiento de un Estado del bienestar. La ideología liberal partía de una concepción de desconfianza hacia todo poder absoluto concentrado, de la preservación escrupulosa de los derechos individuales frente a toda violencia, intromisión e injerencia de particulares o de la acción estatal arbitraria.
La mentalidad socialdemócrata fue y es decisiva en el desarrollo de la sanidad y educación públicas. Acusada de ineficiente, ha modernizado amablemente España y fomentado una cultura avanzada. La igualdad económica es harina de otro costal y sólo puede ser vindicada desde un populismo engañabobos y contrario a la realidad de diversidad de aptitudes, ejercicios de la libre iniciativa, capacidades y formaciones. El populismo puede señalar las quiebras del sistema pero no soluciona nada. Tampoco me parece que sean muy constitucionales la total abolición de las autonomías, la primacía de un nacionalismo exacerbado con unas raíces centralistas y casi pretorianas; contrario a los principios de ciudadanía pluralista, algo xenófobo, ultraliberal en lo económico, con ademanes y guiños autoritarios. Tanto la extrema izquierda como la extrema derecha son dictatoriales.
El liberal conservadurismo adora a Adam Smith, las libertades comerciales. Propiedad y seguridad. El liberalismo progresista es relativista y admite que todo el mundo pueda expresarse y tener parte de razón en sus argumentos. La socialdemocracia puede ser clientelista, de contornos difusos. De origen obrero e ilustrado, el PSOE tiene una historia, estudia el índice de Gini y critica las brechas sociales y de género en plena cuarta Revolución Industrial e invierno demográfico. Es innegable el secesionismo catalán, trufado ahora de disturbios antisistema y republicanos exaltados. Ni los que se creen voceros de esencias puras, agitadores de luchas maximalistas o son productos de signo neoliberal me seducen. Desde que la historia data, los últimos 40 años en España han sido los más pacíficos, estables, fructíferos, llenos de oportunidades para todos los sectores de la población.
Respetemos a los de nuestra cuerda y a “los otros” como integrantes de esta gran comunidad plural española con una concepción democrática no sólo procedimental electoralista sino también motivada por la buena voluntad y los mejores deseos de mejorar como seres humanos.
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