Murakami

26 de Diciembre del 2018 - marcelo noboa fiallo (Gijon)

Es la segunda vez que viajo en tren desde Gijón a Málaga (1008 km.). El avión termina siendo un recurso estresante, por ello la alternativa de viajar en tren durante 8 horas no es mala. Te permite, entre otras cosas, además de disfrutar del paisaje, leer.

Antes de tomar el tren pasé por una librería pequeña de Gijón y me encontré con tres novedades en el escaparate: La novela de Eduardo Mendoza, "El Rey recibe", "Sabotaje" de Pérez-Reverte y "La Muerte del Comendador" de Haruki Murakami. Conociéndome, no es difícil averiguar, cuál de las tres descarté para mi largo viaje a Málaga.

De la novela de Eduardo Mendoza, hablaremos otro día, ya que no puedo resistirme a Murakami, a quien sigo desde hace bastante tiempo porque me fascina su literatura, pero sólo en "La muerte del Comendador" me ha ocurrido lo que sentí con "Cien años de Soledad" de García Márquez en 1970: Volver de una manera obsesiva a releer pasajes, descripciones, momentos, con el único objetivo de disfrutar, de saborear, de sentir una literatura que muy pocos escritores consiguen atraparme, excepción hecha de Philip Roth.

"En la quietud del bosque, me pareció oír hasta el sonido de como avanzaba el tiempo, del paso de la vida. Una persona se iba y llegaba otra, un sentimiento desaparecía para dar paso a otro, una forma se desvanecía para que apareciera una nueva. Incluso yo mismo me deshacía para renacer día tras día: Nada permanecía siempre en el mismo lugar y el tiempo se perdía. El tiempo se desgranaba como la arena y desaparecía a mi espalda. Sentado en el borde del agujero aguzaba el oído para escuchar como moría el tiempo".

Más allá de la trama que desarrollará en tres volúmenes y que nos cuenta con una habilidad admirable (al menos en éste primer libro), la novela es una sinfonía de colores, de olores, de sentimientos, donde lo real se mezcla con la ficción. Murakami es capaz de introducir la ficción dentro de la ficción y conseguir que el lector ya no juegue con planos superpuestos, se convierta en cómplice de su narrativa. El Comendador, salido de un cuadro, termina siendo tan real, como cualquiera de los personajes que condicionan la vida del protagonista de la novela. La realidad no siempre apaga la ilusión porque "el conocimiento no siempre enriquece y la objetividad no siempre es mejor que la subjetividad".

Quizás por ello, el inesperado final de éste apasionante primer volumen, anticipa lo que será el segundo. El pintor judío, recluido en un campo de concentración nazi, pintando retratos de familiares de sus verdugos ¿realidad o ficción?

Lo que sí es una realidad, una triste realidad, es que Philip Roth se nos haya muerto sin que la Academia Sueca le concediera el Nobel de literatura. Esperemos que no ocurra lo mismo con Haruki Murakami.

Seguro que la segunda parte de la novela, Murakami, me la tiene reservada para el viaje de vuelta, de Málaga a Gijón..."La realidad no siempre apaga la ficción".

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