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In memoriam Jesús González Celada: Adorador nocturno, veterano constante ejemplar

24 de Enero del 2019 - Agustín Hevia Ballina (Oviedo)

En la Iglesia Parroquial de San Lázaro del Camino, acabo de despedir a un amigo entrañable, Jesús Aproniano González Celada, Adorador nocturno y Maestro Nacional. Durante la concelebración de la Eucaristía, a mi mente me fueron afluyendo los aportes de la memoria de mis relaciones con Jesús, del que, si fuera posible destacar alguna faceta, sería la de sus convicciones cristianas, la de su devoción a Cristo en la Eucaristía, la de su sentido del deber cumplido y la de su lealtad para con los amigos.

En su despedida y cálido homenaje, escribió Luis Antonio Alonso-Vega hermosa necrológica, titulada “Maestro, marido y padre ideal”, destacando en esa triple faceta lo que puede compendiar la vida y las obras del que fue entrañable amigo: Jesús González Celada, cristiano recio y curtido en los avatares de su existencia, que yo resumiría en una sola expresión: cristiano ejemplar, hombre de bien y amigo eximio para cuantos lo conocían.

Vinculado con las tierras riojanas por su matrimonio con Conchita, ambos formaron una familia donde se respiraban las peculiaridades y las virtudes de un hogar cristiano en la educación de sus hijos, en las determinaciones compartidas, en las inquietudes vividas juntos, en los dolores y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas, en las ilusiones puestas en las mismas metas y en los mismos ideales de su dedicación a la enseñanza. Bien puede decirse que el tándem formado por Jesús y Conchita, en las convicciones vividas juntos, funcionó de modo admirable.

Tuve la suerte de entrar en contacto con Jesús, a través del Archivo Histórico Diocesano, del que fue usuario desde los primeros tiempos de su creación por el año 1979. Jesús cultivó en su vida una gran devoción a los Santos Mártires Emeterio y Celedonio, los dos “santinos” martirizados por la vesania y la crueldad del pretor de la urbe calagurritana”, devoción que vino a traducirse en una continuada investigación sobre la geografía devocional a estos santos riojanos, cuyas glorias cantó el poeta hispanolatino Aurelio Prudencio, dejándonos un hermoso himno imperecedero, que pergeña los aconteceres de su pasión y de su glorioso martirio.

Disfruté y, a buen seguro que Jesús también disfrutó, de su colaboración en el Archivo de la Catedral, pensando que su labor allí repercutía en beneficio para muchos investigadores. Para Jesús, su colaboración en el Archivo, como lo es para los restantes colaboradores que me ayudan, supera los márgenes del altruismo, para sumergirse en los de la caridad, del ágape, de la comunión y del servicio a los demás.

Su investigación, poco menos que exhaustiva, fue llevada a las prensas por el Real Instituto de Estudios Asturianos, cuyo prólogo tuve el honor de realizar, teniendo también, por parte de Jesús, la delicadeza y sobresaliente detalle de encomendarme su padrinazgo y presentación en el mismo Real Instituto. “La devoción a San Emeterio en Asturias”, uno de los Santos de la girola catedralicia, fue el título que Jesús quiso para su libro, para cuya preparación no escatimó esfuerzo alguno, basándose en la documentación existente en el Archivo Histórico Diocesano, en el Catedralicio y en el Histórico de Asturias, quedándose en el margen documental de nuestra Asturias y llevando a cabo una intensísima labor de campo, que rebasó al límite los detalles de su iconografía, de la arquitectura de los lugares sacros, en que nuestro Santo es venerado, con su hermano, Celedonio y de la toponimia de que ha dejado huella en detalles de nuestro paisaje asturiano.

Recuerdo haber hecho esta cálida glosa en la presentación del “Santu Mederu” de Jesús Celada: “Su recolección de datos fue una labor gratificante, corno lo era la de las espigadoras del Bíblico Libro de Ruth. Era corno retornar cada atardecida con la macona bien abastada de rusientes espigas, que un día acabarían convertidas en pan candeal, cuando, bien cernida y amasada la recolección, convertida en harina la mies copiosa, empezara a ser colegido el fruto sazonado de la molienda”.

Me viene a la memoria la metáfora de San Ignacio de Antioquía, partiendo del pan candeal y de la molienda, que, en el caso de Jesús Celada, desembocaba en “el Pan que da la vida”, el pan de la Eucaristía, que formó parte de las vivencias íntimas de nuestro amigo, ansiando, desde la Adoración Nocturna, ser molido, para convertirse en el pan candeal, que es Cristo. Fue nuestro Jesús casi toda su vida “Adorador Nocturno” del Santísimo Sacramento. Sus vigilias en adoración ante el Cristo Eucarístico eran bien compaginadas con el trabajo asiduo y magistral en la escuela, con sus obligaciones familiares y con sus investigaciones sobre su San Emeterio. El título de Adorador Nocturno, Veterano constante Ejemplar, supone centenares de Vigilias de adoración ante la Eucaristía, de meditación reposada en la presencia de Cristo, del Señor, que para el Adorador no es un mero título ni una entelequia, sino una comunicación personal de inmersión en la Trinidad de Dios, destacando la adoración a la Segunda Persona Trinitaria, el Hijo de Dios, el Redentor de la Humanidad, el Salvador que se ha quedado con nosotros, para que, entrando en Comunión con Él, le rindamos el más sublime culto de latría y de adoración.

Los avatares de su dura enfermedad –el dichoso virus hospitalario– adelantaron para él el Purgatorio, corno si hubiera de recorrer la más dolorosa Calle de la Amargura. Ahora, nuestro amigo del alma descansa ya en paz. Ha sido fiel en lo poco, habrá recibido ya el premio de ser aceptado en el gozo eterno de su Señor. Jesús ha sido de “esos santos de la puerta de al lado”, con santidad hecha de minucias, con ilusiones de cercanía y humildades, pero bien merecedora de la bienaventuranza eterna. “Requiem aeternam dona ei, Domine”.

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