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Rumbos y derroteros

8 de Febrero del 2019 - José Luis López Tamargo (Oviedo)

Corren tiempos de polarización y nuevas trincheras. La moderación y la defensa firme de unos principios que consideren a todo el mundo miembro de la misma comunidad política se echan en falta. Se tacha injustamente al teórico adversario o discrepante de “fascista” o “socialcomunista antipatriota” con una pasmosa facilidad. Crece la irracionalidad, la incursión rampante del mito en política frente a la racionalidad argumentativa y la explicación contrastada de coyunturas y realidades que a todos atañen. Imperan las visiones distorsionadas, en blanco o negro, cuando se da una enorme gama de grises. Cualquier grupo, colectivo de gente o ideología creciente tiene derecho a irrumpir en la escena política, salvo que sus fines sean netamente destructivos y manifiestamente portadores de un “discurso lacerante”. Todos los líderes y políticos, sin excepción alguna, deberían ser conscientes de que sus palabras y actuaciones públicas mediáticas arrastran e influyen en comportamientos y estados de opinión virulentos.

En lo español, históricamente, hay pugna entre tradición y modernidad, epopeya, dramón y milenarismo trágico. Nunca hemos sabido demasiado de dialogante actitud, de remar en la misma dirección, de florecimiento de una cultura cívica, desarrollada y social. Consenso es paz. Las audacias y proezas de España están llenas de grandes individualidades pero como colectivo, hasta fechas muy recientes, nuestra nación plural dejaba mucho que desear, siendo vivero de intolerancia. España no es una versión jibarizada de Europa. Hay casticistas del “Ser de España” y progresistas un tanto eclécticos, que huyen de decisionismos carismáticos e ideas populistas de uno u otro signo. Nuestro marco más cercano de inserción es la Europa parlamentaria y social, humanista y unida. Tirar por la borda la creación de una sociedad de libertades occidentales, de respeto por la búsqueda de la felicidad, de acceso universal a avances sanitarios y bienes culturales, se me antoja “retro”, muy cuesta arriba. Tal vez se den excesos en políticas identitarias, de género y tangenciales, pero las mujeres son asesinadas de modo alarmante, siendo execrables todas las violencias y maltratos. Es cierto que los nacionalismos separatistas son extremistas y han construido un imaginario donde lo “español” se tiñe sólo de trazos gruesos y desdeñosos prejuicios. Pero España nunca ha sido monolítica sino una realidad diversa, casi de intrincados laberintos, compatible con modernización en unidad solidaria y florecimiento de lo local. Sería de mi agrado una España de mayor índice de desarrollo humano y felicidad en sus ciudadanos, donde no se arrinconara a nadie y nos conociéramos más. Con valores esperanzados y no tan nihilistas como las novelas de Houellebecq.

Desde la Asturias que aún existe, con riesgo de convertirse en un “no lugar”, despoblado y desindustrializado. Cabe más Asturias, potenciando su capital humano, cultural y simbólico de todo tipo. Que refulja y suene “la tierrina”. 225 años de la Fábrica de Armas de Trubia. Cultura sidrera, patrimonio inmaterial de la humanidad.

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