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El cerdo, el cura y el plato estrella

1 de Febrero del 2019 - ANTONIO VALLE SUAREZ (CASTROPOL)

Tal día como hoy de hace unos pocos tenía una importante celebración. Pensé en platos atrayentes. Por ejemplo: una caldereta o zarzuela de pescados y mariscos. Pero nada, mi mente colesterosa me advirtió diciéndome: "Calderetas y zarzuelas no suelen acompañarlas con derivados del cerdo que, como bien sabes, son potenciadores del sabor, a la par que actúan como disimulados espesantes con grasas saturadas no recomendados para la salud. Así qué, apártate de eso amigo". Le hice caso a la razón. Pero de nuevo, me sentí tentado con una dorada al horno, de esas que dicen son portadoras de ácidos grasos tan beneficiosos para nuestro cuerpo. La boca se me hizo agua imaginándome al pez dorándose lentamente -sin sufrir, no vaya a soliviantarse alguien por ahí-. La contemplé en mi pensamiento descansando en lecho de cebolla, ajo, perejil y el aceite de oliva virgen extra recorriéndolo todo para dar al conjunto un sabor final ineludible para cualquier paladar que se precie. La réplica vino de nuevo, haciendo que mi boca se me secase de repente al pensar que aquel peixe podía ser de pisci, engordado con piensos. La seducción volvió a presentarse con un delicioso lechazo. Hasta lo vi descansando con unas patatinas asadas, redondas y doradas como él. El traidor intelecto, sin dejarme sosegar, vuelve a la carga: "...no, no lo comas ya que, si lo haces, además de no cumplir con los marcados niveles médicos y hacer sufrir al animal, pueden metértelo de la Gran Bretaña en vez del cercano León, que sería lo adecuado".

Me reinicié, tomándome unos minutos de sosiego en aquel desconcierto de mi ser, para pensar y decidirme claramente y sin presiones. Al momento recordé que unos días atrás había leído un artículo muy interesante: "Un huevo al día reduce el riesgo de diabetes tipo 2". ¡Qué cosas! Los huevos pasaron de ser casi detestables a estar recomendados ahora. ¡Qué lástima, cuántos he perdido de comerme por su mala prensa! Pero, afortunadamente, me vino el recuerdo de una anécdota ocurrida allá por los años sesenta del pasado siglo. El protagonista era entonces un clérigo de una parroquia cercana que adoraba las excelencias del cerdo. En una homilía a sus fieles sobre las bondades de Dios, después de una larga plática de razonamientos para que los honestos quedasen bien enterados, viéndolos dudar terminó diciendo: "...me parece que no me estáis entendiendo, hermanos. Dios es... A ver como os explico para poder llegar a vosotros con el evangelio. Dios es..., es como un cerdo, es todo provecho". Los fieles se asustaron pero, eso sí, salieron del templo todos entendiendo a la perfección al predicador (ellos bien sabían que se lo decía por bien y, también, que desde la punta del hocico hasta la del rabo del reseñado animal, todo es provecho). Al recordar tan claro y práctico razonamiento se me asesó el espíritu con una feliz idea. Entonces la grelina se disparó en mi estómago para tan importante celebración, empujándome a freír en aceite de oliva virgen (no se si extra) , de mi consuegro Rafaelito, una sartenada de crujientes patatas del Páxaro. A su lado coloqué unos chorizos de Carmía, después de haberlos cocinado en su grasa lentamente, en sartén aparte. Para completar el conjunto cociné en el aceite de las patatas dos huevos de corral, del amigo Marcial. Los hice con puntilla y con la yema en su punto para disfrutar mojando. Un tinto crianza de Cangas se encargó de acomodar aquel plato estrella en nuestros agradecidos estómagos.

Plato estrella y vino nos resucitaron sabores e ilusiones casi olvidados, por culpa del galeno que no para de meternos miedo. Sabores e ilusiones que no fagocitamos y sí alargamos casi una hora para deleite de los sentidos que también se lo merecen, además de quedar calmados.

¡Ah!, ¿qué si después de tal ágape descansamos bien? Pues sí señor, muy bien. Poco después de haber tomado aquellas exquisiteces caímos en brazos de Morfeo, reposando relajados. Al día siguiente nos levantamos con sosiego y sin haber soñado con banquete alguno. Del señor Colesterol, despreciándolo, ni siquiera nos acordamos.

Yo, ahora, pienso que como defensa ante tantas contradicciones culinarias, además de aplicar la homilía de aquel señor cura, lanzaré un dicho que siempre circuló por aquí, por el Occidente de Asturias: "...perdonámosye el mal que nos fai por lo ben que nos sabe".

¡Abunde la salud, amigos!, para todos los proveedores de tan nobles viandas y para nosotros consumidores, para poder seguir disfrutando del plato estrella aunque solo sea de vez en cuando.

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