Paisaje después de la riada
Con un torrente de información diaria minuciosa y objetiva, con varios escritos de opinión tan duros como certeros, arrastrando penosamente noticias luctuosas, y rematando con un editorial devastador: "Inundaciones propias de una región subdesarrollada", este periódico contribuye una vez más a la formación de un criterio ciudadano autónomo, fundamentado, responsable y poderoso democráticamente. Sin duda es una forma de magisterio que se inscribe con pleno derecho en el ideal de "formación permanente" que hemos conocido desde antiguo, o del "aprendizaje a lo largo de la vida" que ahora asumimos en lenguas modernas.
En efecto, en Asturias tenemos ramalazos de asintonía, no sólo con la posmodernidad, sino con la propia modernidad. Será lo que tiene ir por la vida de paraíso natural. Llevamos ya consumido un 20% de siglo XXI y se nos nota poco. Consecuentemente, los administradores de lo público ("dirigentes" es mucho decir, "líderes" es desmesura no justificable ni tras bien regada espicha y lo de "clase política", aunque preciso como descriptor, está enmerdado por los muchos que han prostituido tan noble servicio) vienen recibiendo en estos días -y con el motivo reciente y próximo del caos post temporal-, una bien merecida somanta/solmena por sus flagrantes inhibiciones, incapacidades, torpezas, errores y miserias en el terreno de la gestión del patrimonio común.
Sin embargo, en todas estas justificadas diatribas y reproches hay otro cooperante necesario que suele salir de rositas por gracia de la interesada benevolencia de una acusación pública que sobrenada la marea populista que nos invade, donde el bienestar, la cobertura a todo riesgo y hasta la felicidad parecen considerarse derechos adquiridos, inmarcesibles, inalienables, irrenunciables y -sobre todo- exigibles al Sursum Corda en modo gratis total: sin tributo, ni esfuerzo ni contrapartidas. Ni siquiera de responsabilidad.
Particularmente en Asturias, conjugamos perfectamente tanto los deberes, en formas impersonales del verbo -"hay que/se tiene que"- como las lamentaciones sobre nuestras muchas desventuras, poniéndonos en pretérito como complemento indirecto de todas las agresiones -"Nos han/no nos han"-, leyendas poco heroicas (como también se insinuaba en otro reciente editorial de este periódico) que deberían constar, en castellano y en bable, en nuestro escudo de armas ociosas o inutilizadas.
Digo esto aquí y ahora porque cuando uno ve, como yo acabo de ver (palpar y mal amontonar) parte que me ha tocado en suerte de las basuras que arrastran las riadas (plásticos agrícolas, envases de alimentos, jirones de todo, bolsas y embalajes de nada, neumáticos, animales muertos, restos de poda, haces de paja, trastos domésticos, tiestos, cuerdas, cables y detritus diversos) que quedan para los restos en márgenes, sebes, canales, escorrentías, prados, caminos, remansos y playas como elocuente reproche a nuestra gochería rural y ciudadana, cuando te sumerges en todo eso, da un pelín de corte seguir adoptando con todo el papo la pose pretendidamente estupenda e inocente de poner a parir a concejales, alcaldes, subdelegados, delegados, cabazalerus y ministrines varios (que hemos elegido de entre nosotros mismos) sin antes entonar un cachu de mea culpa. En el confesionario, en las redes o ante el espejo.
Hasta la próxima. Riada, digo.
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