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Hacia el encuentro con la opinión

4 de Febrero del 2019 - Darío Martínez Rodríguez (POLA DE SIERO)

Es obvio por cómodo. Nos decía Kant que todo empleado público debía obedecer y no reflexionar, resistirse y no usar la razón. Este no era otro que el uso privado de la razón, su lugar la conciencia, lo más íntimo. Nos decía también que todo ciudadano debía reflexionar públicamente con el propósito de llegar a sus lectores, en esto consistía el uso público de la razón. Siendo pocos los lectores y menos los suyos (los de filosofía), el uso público de la razón, el empleo de buenos argumentos, estaba destinado a las élites. El vulgo a lo suyo, con retozar en los placeres y aspirar a cubrir sus necesidades ya estaban servidos.

Hoy es más sencillo, es menor la exigencia. Parece que todos somos funcionarios. Nos resistimos a emplear nuestra razón y esto porque es mejor someterse al triunfo de las opiniones. Plantearse otras formas de entender la realidad, introducir el bisturí de la reflexión para triturar mentiras derivadas del consenso es cuando menos desagradable. Mejor vivir tranquilo, obedecer a lo políticamente correcto y ante cualquier discrepancia que la cautela nos conduzca hacia un prudente silencio. Mejor tener la fiesta en paz y la conciencia tranquila. Libremente renunciamos al derecho a razonar.

¿Qué hay del uso público de la razón? El atractivo encanto de la opinión garantiza una vida cuando menos sosegada. Una vez asegurada la individualidad cada uno cree poseer un pensamiento propio, lleno de significado e interés. Desgraciadamente, estas opiniones no dejan de ser lugares comunes, tópicos, discursos muchas veces recorridos. En definitiva, el número de lectores, ya no digo de ciencia o de filosofía, disminuye y los temas para no discutir aumentan. ¿Se imaginan discrepar en algo, introducir otros planteamientos, sobre lo que la mayoría piensa de la pena de muerte, de la eutanasia, el aborto, el nacionalismo, o de ideas como las de paz, violencia, felicidad, cambio climático y tantas otras?

Solución: hablemos de comida, reunámonos para comer, veamos programas de cocina, investiguemos sobre recetas culinarias de cualquier país exótico, leamos a los grandes chefs... O lo que es lo mismo, devanémonos los sesos para no discrepar, protejamos nuestra conciencia de lo diferente.

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