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Un golpe made in USA

4 de Febrero del 2019 - Mario José Diego Rodríguez (Gijón)

El 23 de enero Venezuela conmemoraba la caída del dictador militar Marcos Pérez Jiménez, derrocado en 1958 por un levantamiento popular. Este año, ese día, hubo dos movilizaciones en Caracas: una por parte de los partidarios del régimen chavista de Nicolás Maduro y la otra por parte de los oponentes. También ha sido el día en el que el presidente de la Asamblea nacional, Juan Guaidó, decidió autoproclamarse presidente de Venezuela.

Si Guaidó, joven ingeniero de 35 años, encabeza hoy la oposición derechista es porque los veteranos de la oposición, dirigentes más experimentados, están en arresto domiciliario o huidos al extranjero bajo, principalmente, la inculpación por corrupción. El partido liderado por la oposición, llamado Voluntad Popular, partido que lidera Guaidó, podría llamarse Voluntad Burguesa, ya que no cabe la menor duda que son los representantes y defensores de la media y grande burguesía, burguesía que se emplea desde hace veinte años a querer derribar el régimen chavista.

Apenas minutos después de su autoproclamación, Guaidó recibió, como no podía ser de otra manera, el apoyo de Trump y acto seguido el de los recientes -y menos recientes- gobiernos de derecha gobernando en América Latina. Los dirigentes europeos, esplendidos "demócratas", defensores de la viuda y el huérfano, excepto cuando se trata de viudas y huérfanos que cruzan el Mediterráneo, que perecen bajo las bombas saudíes en Yemen o se exponen a las peores vicisitudes en la caravana migrante centroamericana camino de Estados Unidos, no tardarán en hacerlo.

De hecho, mientras estaba actualizando mi punto de vista, acaban de oficializar lo que no cabía la menor duda que harían. Si tardaron un poco más, cara a la galería, acabaron por meterse en donde Trump los llamaba. Todos, y Pedro Sánchez en cabeza, estiman que es mucho más democrático apoyar un diputado que se autoproclama presidente que, guste o no, a Maduro, quien obtuvo en votos el 30% del censo electoral en las elecciones presidenciales de mayo del año pasado.

Soplando un viento gélido para enfriar los ardores de tantos "demócratas", el general Padrino, ministro de Defensa, arropado por el conjunto del Estado mayor, declaró su apoyo al régimen; una manera como otra cualquiera de recordar que se debería contar con el ejército. La derecha opositora entamó entonces -al mismo tiempo que John Bolton, asesor de la Seguridad Nacional estadounidense, amenazaba Maduro con Guántamo- una ofensiva seductora cara al ejército prometiendo una amnistía a todo militar que optara por su campo.

No es extraño que el ejército sea tan cortejado; controla la economía, principalmente el petróleo, materia prima que representa el 96% de la exportación venezolana. Su control sobre las fronteras les permite vigilar el tránsito de todo lo que se trafica entre Venezuela y los países aledaños, cobrando su parte por facilitar el paso en un sentido u otro. Por ahora, el ejército estima que el apoyo al régimen chavista le es aún benéfico. Esto dicho, el bloqueo económico ejercido por Estados Unidos puede cambiar la situación.

Sin embargo, la situación de los altos mandos que prosperan con Maduro no tiene nada que ver con la situación de los soldados rasos y sus familias sufriendo las mismas dificultades que la población, dificultades que se agudizarán aún más con el bloqueo económico agudizado. Una parte de los que habían apreciado la política de redistribución de la renta petrolera, llevada a cabo por el chavismo, dan la espalda al régimen debido a la caída actual del precio del petróleo. Creen que el retorno de la derecha podría ser la solución a sus problemas, olvidando lo que lo que tal retorno significaría realmente: volver a la época en la que la burguesía acapararía la totalidad de dicha renta petrolera.

Cuando la oposición derechista reprocha a los chavistas de no haber aprovechado mientras el precio del petróleo estaba en la cumbre para diversificar su industria y de dormirse en los laureles, ésta, olvida que dicha política no la han inventado los chavistas sino que la han heredado de sus predecesores. Si Chávez no hubiese salido de su cuartel y los gobiernos politiqueros de derecha o izquierda hubiesen gobernado alternamente, hoy, una vez la caída de los precios petroleros, la situación sería similar.

La crisis que golpea Venezuela es, en primer lugar, la crisis del sistema capitalista especulador. Sistema especulando, en general, con todo lo que permite incrementar rápidamente sus ganancias y sobre las materias primas en particular. Situación a la que los chavistas nunca se han realmente enfrentado satisfaciéndose de un statu quo con dicha burguesía.

Hemos visto que en el pasado, clase trabajadora y clases populares, se movilizaron para impedir a los serviles políticos al servicio de la burguesía de retomar el poder, como por ejemplo, durante las dos tentativas de golpe de Estado de 2002 salvando así al gobierno chavista, y al mismo tiempo tomar, el control del sector petrolero. La clase trabajadora sigue disponiendo actualmente, no solo de la fuerza necesaria para impedir el retorno del descreditado fárrago politiqueo de hace veinte años y que acabó abriendo la vía a Chávez hace veinte años, sino también, de imponer las exigencias del mundo del trabajo, indispensables para sobrevivir, al régimen actual.

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