Lecciones de civismo y democracia
Independientemente de cualquier confesión política, simplemente con la firme convicción de que España sigue, y deberá seguir, siendo una nación grande y libre, y que, además, en virtud de la Constitución de 1978, se ha constituido en un Estado social y democrático de Derecho, cualquier español podría firmar el manifiesto que el pasado 10 de febrero, en la ciudad de Madrid, con ocasión de la concentración convocada en La Plaza de Colón, leyeron los periodistas Carlos Cuesta, María Claver y Albert Castillón. Las continuas y vergonzosas cesiones a los independentistas catalanes, perpetradas por un Gobierno al que habría que considerar como provisional, según las propias palabras pronunciadas por el actual Presidente en las sesiones de la moción de censura a Rajoy de junio de 2018, quien había prometido unas elecciones generales a la mayor brevedad para devolver la palabra al pueblo español, justifican, sobradamente, tanto la convocatoria de la concentración, dirigida a todos aquellos que sienten a España como una nación indivisible, como todo lo que se expresa en el mencionado manifiesto.
La desmesurada ambición, egocentrismo y deseo de poder de Pedro Sánchez, con su clásica facundia que encierra un comportamiento execrable, no pueden poner de rodillas al Estado, humillándose ante quienes quieren destruir la unidad de España, llámense catalanes, protagonistas actuales de este largo conflicto, como los vascos que están a la espera de lo que ocurra con los primeros para jugar oportunamente sus fichas en un tablero en el que se han roto las reglas del juego. Entendiendo que, por razones obvias, la solución no puede venir de los partidos situados más a la izquierda del espectro político, y que el PSOE, desconocido por propios y extraños por la confusa deriva en la que le ha sumergido el provisional inquilino de la Moncloa, sembrando la alarma entre sus simpatizantes y conmilitones, antiguos y actuales prebostes incluidos, tampoco parece que pueda aportar soluciones al problema, formando, por tal razón, parte del mismo, parece que le ha llegado la hora de tratar de poner orden a este descomunal desconcierto a la derecha, denomínese como se denomine, centrada, moderada o extrema, siempre que respete los principios fundamentales de la Constitución y actúe dentro de la legalidad vigente, uniendo fuerzas y aparcando cualquier conato de sincretismo. Sea como sea, lo que sí no admite demora es el ponerse manos a la obra.
Dicho lo anterior, lo que sí quería destacar es la lección de civismo y comportamiento democrático que han presidido todas las concentraciones celebradas en las distintas autonomías durante el día 9 de febrero, como preludio a la del día 10 en Madrid, contra el embaidor Sánchez y su ignava actitud de intolerable ludibrio a todos los españoles que así se sienten. Ni un mal gesto, ni un sólo atentado contra las propiedades privadas, ni una pintada, ni deterioros en el equipamiento y mobiliario urbano, ni, por supuesto, necesidad de intervención de las fuerzas de seguridad, tanto en los momentos previos a las manifestaciones, como durante el transcurso de las mismas, disolviéndose posteriormente con total normalidad. Ese es el camino. Nada que ver con las que nos tienen acostumbrados otras organizadas por fuerzas de izquierda, e independentistas, dizque democráticas, que siembran el desconcierto y destruyen todo lo que encuentras a su paso, con intimidación, cuando no agresión, a todo el que no esté de acuerdo o se oponga a sus pretensiones.
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