Deslealtades
Treinta y dos años de mi vida milité en el PSOE. Fueron años en los que mezclas tu actividad profesional, tu familia y tu pasión por el deporte, la lectura, el cine y, qué duda cabe, tu crecimiento personal. Aspectos todos que pasaron a un segundo plano durante todos esos años, porque el compromiso y la actividad política llegan a ser absorbentes.
Fui candidato al Congreso de los Diputados por la provincia de Ávila en 1986 y ocupé varios puestos de responsabilidad en la estructura orgánica de dicho partido en las provincias de Ávila y Salamanca, así como responsabilidades en la administración socialista en materia de sanidad y servicios sociales. Creo, por tanto, que conozco con cierta profundidad al PSOE desde 1979.
La vida dentro de un partido es profundamente compleja. Las legítimas ambiciones personales tienen un precio muy alto. Nunca llegas a saber si estás pisando callos, sin proponértelo. Por ello, un dirigente político (sea al nivel que sea en el que se mueva) tiene el reto de saber hasta dónde está dispuesto a llegar sin dejar demasiados “cadáveres” por el camino. Descubrir esto me llevó mucho tiempo, pero lo que no me llevó tanto fue reconocer que el compromiso político y la lealtad son inseparables.
En muchas ocasiones me sentí incómodo con algunas decisiones que se tomaban en el partido, pero siempre tuve la libertad de pronunciarme en los espacios donde tenía que hacerlo: asambleas, comités ejecutivos, congresos... Muchas veces mis propuestas no prosperaban (la mayor parte de las veces) y tenía que “envainármelas” y aceptar lo que mayoritariamente se aprobaba. En eso consistía (y consiste) la democracia dentro de un partido y, por supuesto, la lealtad.
Jamás realicé un pronunciamiento público que pudiera dañar al partido. Ni siquiera cuando tomé la decisión de abandonar mi militancia después de 32 años. Las razones de la misma las expuse en una larga carta dirigida al secretario general, José Luis Rodríguez Zapatero, en 2010. No las he compartido con nadie y menos aún las he hecho públicas. Forman parte del compromiso de lealtad que en su día adquirí con el partido.
Desde entonces he guardado un escrupuloso silencio, salvo mis críticas a las derivas personales de algunos de sus exdirigentes.
Por ello, asisto con perplejidad a las muestras de deslealtad que practican personajes que han sido referentes del socialismo de los últimos cincuenta años, con su actual secretario general y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Castejón.
Felipe González, Alfonso Guerra, Pérez Rubalcaba, Joaquín Almunia, José Luis Rodríguez Zapatero, máximos dirigentes del partido y del Gobierno de España, tuvieron siempre mi lealtad y la de todos los militantes del partido. A algunos les he criticado con dureza dentro de los órganos del partido (cuando yo militaba en ese partido), pero nunca públicamente. Es lamentable y vergonzoso que estos líderes no den descanso ni tregua al que hoy es legítimamente (como ellos lo fueron antes) su secretario general, alineándose en la descalificación con la derecha de este país. Es vergonzoso que Pablo Casado o Albert Rivera utilicen como munición para atacar a Sánchez las declaraciones de Felipe González o las de algunos barones (temerosos de perder sus sillas).
Sólo faltaba que hubieran asistido a la manifestación ultra del pasado domingo para cerrar el círculo de deslealtades. Sí lo hizo José Luis Corcuera, exministro del Interior socialista, otrora vilipendiado por la derecha y, hoy, tertuliano de lujo de los canales más reaccionarios de este país.
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