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Nuestros mayores y la salud pública en Asturias

19 de Febrero del 2019 - Javier Blanco (Gijón)

Mi padre es un bisabuelo de casi 84 años que ha dedicado su vida a trabajar duramente para sacar adelante a su familia. Con el esfuerzo y espíritu de superación de aquellos a los que les tocó vivir una guerra civil y las posteriores miserias de la posguerra, nuestros mayores forjaron un carácter de lucha y superación del que este país se ha beneficiado para llegar a ser hoy en día un país mucho mejor, sustentado en su sacrificio generoso y solidario. Nuestra sociedad está indudablemente en deuda con ellos.

Gracias a su trabajo y capacidad se han apuntalado pilares fundamentales para una sociedad más solidaria y justa como por ejemplo la gratuidad, universalidad y calidad de los servicios de salud pública.

Muchos jóvenes médicos que hoy atienden a nuestros mayores han podido estudiar y desarrollar su vocación gracias a los sistemas de becas y ayudas creadas con los impuestos que ellos esforzadamente han pagado. Y en el servicio de urgencias del Hospital de Cabueñes de Gijón mi octogenario padre se ha dado de bruces con la dura realidad de lo que hoy representan nuestros mayores para algunos jóvenes médicos.

Son un bulto sospechoso sin derecho al mínimo respeto y consideración exigibles a estos profesionales.

Como ejemplo, el trato inhumano que una médica MIR de dicho hospital dispensó a mi padre en la madrugada del pasado día 23.01 y que representa un preocupante síntoma de la insensibilidad de la que hacen gala algunos galenos en las urgencias de los hospitales públicos.

Mi padre fue remitido en ambulancia por el médico de su centro de salud con carácter de urgencia al mencionado hospital, ante la sintomatología que padecía con fiebre elevada, dificultad respiratoria, dolor en el pecho, además de temblores y escalofríos, síntomas agravados por el asma de origen profesional que padece.

Apenas dos horas después de ser ingresado, a las 3.30 de la mañana, la médica MIR responsable de su diagnóstico y atención le dio el alta y le mandó a la calle con 38ºC de fiebre, acusado malestar general y con un tiempo terrible: 5ºC de temperatura y una vehemente lluvia. No existía además esa noche saturación en urgencias, pues había camas disponibles. Mi padre, por su maltrecho estado de salud, no había cogido dinero ni las llaves de su casa cuando le recogió la ambulancia. Este hecho se lo comunicó a la galena, pero no sirvió de nada.

Así que con sus ya largos 83 años y en plena noche de una invernal madrugada de enero recogió sus cosas y se dirigió hacia la parada de taxis, por supuesto vacía. La pertinaz lluvia le caló hasta los huesos, lo que no hizo sino agravar su estado en los días posteriores. Allí tuvo que pedir a una amable vigilante de seguridad que le llamara un taxi y al taxista decirle que le pagaría en destino pues no tenía la cartera. A las 4.00 de la mañana tuvo que despertar a mi también octogenaria madre, aún convaleciente de una rotura de cadera (extremo que le comentó a la MIR).

Todo este lamentable y evitable vía crucis sufrido por mi padre fue provocado por la carencia de capacitación humana y profesional para el desarrollo de sus funciones de la responsable médica MIR del servicio de urgencias que le atendió, teniendo hacia su persona un trato inhumano e imprudente que dio lugar a una situación temeraria que ha puesto de manera innecesaria en riesgo la salud de mi padre y supuesto una violación de sus derechos fundamentales como paciente y usuario del Servicio de Salud del Principado de Asturias, a recibir una atención médica adecuada y a ser tratado con dignidad y respeto.

Es una mala noticia para los usuarios de la Sanidad Pública Asturiana el que una profesional médica recién llegada muestre esta carencia de vocación, respeto, empatía y cualificación. Especialmente para los que pertenecen a un sector socio-sanitariamente considerado vulnerable y frágil como son nuestros mayores.

Para ejercer la carrera de Medicina es deseable un sentimiento que no se adquiere en la Universidad. Se posee o se adolece de ello y además de un sentimiento es un derecho: se llama humanidad.

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