Al párroco de San Nicolás de Bari
Recientemente he leído en el diario LA NUEVA ESPAÑA una carta incendiaria contra los curas firmantes de un escrito del Foro Gaspar García Laviana. Pensé que el firmante, don Ángel Garralda, tenía alguna cuenta pendiente con ellos y de ahí su inquina y su rencor, pero hoy leo otra misiva, esta vez contra Carrillo. El insaciable contra la Iglesia.
¿De qué Iglesia habla, señor Garralda?, desde luego, de la mía, de la católica, de la que sigue la Palabra de Jesús, rotundamente no. Pero ¿cómo se pueden decir tantas barbaridades en tan poco espacio?, usted habrá leído el Evangelio, ¿no?, y habrá meditado, San Mateo 7, 1: «No juzguéis y no seréis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la vara con que midáis seréis medidos», pues déjeme decirle, reverendo, que cuando rindáis cuenta al Señor la vara con que os mida será en extremo severa.
Con usted no va lo del perdón ni lo de la misericordia, usted se sienta ante el papel, y a azotar a diestro y a siniestro, le da igual cristianos que agnósticos, curas o políticos, nobles o plebeyos, usted se saltó el Evangelio de San Lucas 6, 27-31: «Amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os odian».
Posiblemente, a usted podría aplicársele San Mateo 23, 13 (San Lucas 11, 52): «¡Ay, de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que cerráis el reino de Dios a los hombres! ¡No entráis vosotros ni dejáis entrar a los que quieren!». En su propio escrito desacredita a tirios y a troyanos: a la izquierda revanchista y a la derecha cobarde, todos en un tótum revolútum.
Pero, además, es inaudito que hable usted de Carrillo, del que dice que comulgaba con otros obispos, hombre, don Santiago, comulgar, lo que se dice comulgar, no creo que lo haga con nadie, ni con Rouco ni con Tarancón, al que, por cierto, sus correligionarios, los fieles al régimen dedicaban la cancioncilla de «¡Tarancón, al paredón!». Independientemente de la innumerable cantidad de falsedades e inexactitudes que vierte en su escrito, habla de genocidas, de asesinatos, y loa y honor al generalísimo y su cruzada, a los juicios sumarísimos y a las condenas a muerte, todo lógico, viniendo de quien viene y, además, de alguien que oye la COPE, altavoz de difamaciones, mentiras y calumnias, por alguna de las cuales ya está condenada en los tribunales, que cobija a muñidores de conspiraciones y teorías peregrinas.
Eleva usted a los altares a los monseñores Rouco y Cañizares, hombre, espere un poco, que todavía están entre los vivos. Reverendo, como no tiene a quien llevar bajo palio, ¿por qué no se retira usted ya a los cuarteles de invierno? Hágase un favor, y hágaselo a los feligreses de San Nicolás de Bari de Avilés, dedíquese a los ejercicios espirituales, medite los Evangelios y cuando rece el padrenuestro y llegue a «… perdona nuestras ofensas como perdonamos a los que nos ofenden…», sálteselo, porque si no el Señor no podrá perdonarle ni siquiera las pequeñas mentiras piadosas que seguro cuenta en sus homilías, glosando la figura de sus admirados Francisco Franco Bahamonde, caudillo de España por la gracia de Dios, de su dios, no del mío, y de Rouco y Cañizares.
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