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Europa centrifugada

3 de Marzo del 2019 - José María Casielles Aguadé

Lo poco que hemos visto hasta ahora del proceso a los independentistas catalanes apunta claramente a que la estrategia de la defensa se orienta a un recurso posterior ante otros tribunales europeos, muy probablemente ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo (TEDHS), ya discrepante con otras sentencias de tribunales españoles de Justicia. Todos recordamos la perplejidad que nos han producido sus pintorescas sentencias sobre los agravios al Rey de España y a las banderas nacionales de España, Francia y Europa ante muy deplorables sucesos de Cataluña.

Hace pocos días, un exdiputado europeo comentó por radio que las resoluciones del TEDHS no son indefectiblemente vinculantes para los estados europeos. Yo no soy jurista, pero sí hay en nuestro país brillantes doctores en Derecho Internacional que podrán ilustrarnos con precisión. En cualquier caso, a muchos ciudadanos nos parecen totalmente improcedentes las absurdas andanadas de los abogados defensores a los miembros del Tribunal Supremo español, poniendo en solfa la justicia hispana de forma apriorística, sin alegaciones jurídicas mínimamente fundadas, ni simplemente presentables.

Por otra parte, es comúnmente aceptado, que las aventuras separatistas suelen originarse en áreas de privilegio económico que aún aspiran a más. No es raro que sus prerrogativas tengan largos antecedentes históricos como por ejemplo la foralidad, y se continúen con conciertos económicos especiales y ventajas fiscales. Así lo considera también el escritor búlgaro lvalo Ditchev, que ve en este proceder una regresiva vuelta a la Edad Media. El principal problema que plantea el sectario separatismo catalán es su virulenta potencialidad de extensión al resto de España y –¡atención!– a toda Europa, atentando a la valiosa unidad de la UE, penosamente conseguida, con un disparatado movimiento centrífugo irresponsablemente rompedor. Así, en España eran preocupantes los separatismos catalán y vasco (este último con 851 muertos), pero hoy se ha extendido a Navarra, Valencia, Baleares y Galicia, y se planea ampliar a Cantabria, Aragón y Asturias, utilizando triviales pretextos idiomáticos, promoviendo a la categoría de lenguas a simples variedades dialectales obsoletas (bables y fablas), que por otra parte se pretenden luego “normalizar”.

Hay que insistir en que el “virus” separatista puede perfectamente afectar a casi toda Europa, y esto debe meditarse y valorarse también en Estrasburgo, si les queda un ápice de sentido común. Así:

El Reino Unido tiene problemas similares a los nuestros, y aún más agudos, en Gales, isla de Man, Yorkshire, lreland, Cornualles y Escocia.

Alemania los tiene –y no pequeños– en Baviera, como muy bien sabe y padece la señora Merkel, que pagará bien pronto sus errores con el truncamiento de su carrera política.

Francia cuenta con dificultades similares en Córcega, País Vasco francés y Normandía, y ello muy a pesar del conocido centralismo napoleónico. Cuando a Napoleón le preguntaron sus paisanos corsos qué lengua se debía emplear en toda la nación, contestó sin dudar: El francés de París (sic).

Como es sabido, en Bélgica se vienen enfrentando histórica e histéricamente Flandes y Valonia. Hace unos cuarenta años un colega mío que preparaba su tesis doctoral en Bruselas vio perplejo una manifestación en la que flamencos y valones eran separados por policías a caballo, y con el sable desenvainado. Sin comentarios.

En Grecia aún laten las reivindicaciones separatistas de Macedonia.

Italia, ahora más centrada en contener el fenómeno inmigratorio afro-europeo que la desbordaba, siguen vigentes las tendencias separatistas de Sicilia, Cerdeña y la potente Liga Norte (Padania), que agrupa a Lombardía, Aosta, Piedemonte, Liguria, Véneto, y Emilia Romagna, situadas en la llanura del Po.

Como es sabido, las diferencias internas de los checoeslovacos cristalizaron en la separación de Chequia y Eslovaquia.

La imperturbable Suecia tiene problemas menos conocidos con Scania, al sur del país.

Y, para terminar, sin pretender ser exhaustivo, tenemos el caso patológico de Yugoeslavia, con tristes precedentes en el arranque de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y que ha tenido inenarrables problemas en Bosnia-Herzegovina, Servia, Croacia, y que culminaron con la independencia de Kosovo, un desafortunado precedente para Europa.

Al viejo problema de la sempiterna inestabilidad económica, social, política y religiosa del Oriente Medio, desafortunadamente próximo, Europa tiene que añadir, afrontar y resolver otros más:

(a) La inmigración irregular e ilegal afro-europea a través del Mediterráneo, generada en buena parte por el desbordado crecimiento demográfico africano, estimado en 493 millones de individuos entre los años 2015 y 2030 por el departamento de Economía y Servicios Sociales de la ONU (2015).

(b) La nefasta y preocupante posibilidad de que Turquía (con 85 millones de habitantes) se integre en la Unión Europea (hoy con 508 millones). Cualquiera que tenga conocimientos de Historia Universal desconfiará razonablemente de la potencial “integración” de dos culturas y tradiciones tan diametralmente diferentes.

(c) Los insensatos experimentos centrífugos como el “Brexit’’ y los veleidosos separatismos recientes son peligrosamente generalizables y preocupantes.

Tal vez el repaso analítico de la historia de la caída del Imperio romano podría servir de alguna orientación. Me temo que no mucha.

Que ustedes sigan bien los próximos quinientos años.

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