Misión y martirio
En los últimos años está aumentando el número de misioneros muertos en situaciones que se pueden considerar propiamente de terrorismo, por supuesto en la mayoría de los casos por enemigos de la fe. En 2017 hubo 23 muertos y en 2018 ya 50 muertos.
La muerte del sacerdote salesiano nacido en 1946 en Pozoblanco, Córdoba, Antonio César Fernández, da pie a una reflexión sobre la dificultad extrema de la Misión Cristiana de estas personas que exponen su vida por la fe.
Yo tengo un hermano misionero, Miguel Jesús Gutiérrez Amaro, nacido en Andújar, Jaén, muy cerca de donde nació Antonio César. Miguel Jesús desde hace más de 30 años ejerce su ministerio pastoral y humanitario en Madagascar, mi hermano pertenece a la Congregación de San Vicente de Paúl e Hijas de la Caridad, yo por lo tanto puedo entender de una manera más directa está realidad de la vida ejemplar de estas personas que se entregan por entero a la vida de los demás, dejándolo todo.
Dejarlo todo por Cristo es una realidad apasionante para muchos, pero ese todo exige a veces la entrega de la propia vida. Ya Jesucristo le dijo a sus apóstoles y a sus discípulos que en el culmen de la misión del cristiano esta la muerte.
Dar la vida por los demás un holocausto imprescindible en la vida del misionero. Estar dispuesto a todo y por todos.
Aquí no vale la mediocridad, ni la comodidad, ni la tibieza, ni la dejadez, ni las medias tintas. Solo vale una entrega a veces desgarradora y siempre muy exigente.
Conozco de cerca la obra de San Juan Bosco en Linares y conozco también muy de cerca la obra de San Vicente de Paúl en Andújar. Dos ejemplos de vida de fe qué contagia y enamora.
Hay que pedir para que nuestros jóvenes sigan estos caminos por amor a Jesucristo y por amor a los demás. El mundo necesita vivamente de estas personas que entregan su vida por una causa noble y de altas miras espirituales.
Que Dios envíe obreros valientes a está su Iglesia y a este su mundo que tanto los necesita.
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