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Sacrificios infantiles rituales

10 de Marzo del 2019 - Ana M.ª Velasco (Oviedo)

"Un sacrificio inconcebible" es el título de un artículo publicado recientemente en "National Geographic", en el cual se exponen los últimos macabros hallazgos arqueológicos que han tenido lugar en la costa norte de Perú: la que fue una matanza masiva de niños.

En torno al año 1450, el pueblo chimú sacrificó a 269 niños en unos ritos espeluznantes. Fueron enterrados envueltos en simples mortajas, sin los adornos y objetos del ajuar funerario típico de las tumbas chimúes. En su lugar, y frecuentemente, les acompañan llamas muy jóvenes igualmente sacrificadas. Según las investigaciones, fueron unos sacrificios infantiles rituales y muy metódicamente realizados, apuntando a que estas ejecuciones de niños y crías de llamas fuesen un intento de convencer a los dioses de que pusiesen fin a las lluvias –que habían sumido en el caos al pueblo chimú– con el sacrificio de los bienes más preciados o valiosos en el reino. Se desconoce si los familiares de estos niños los entregaban de buen grado o si se veían obligados a ello.

Si bien es cierto que los sacrificios humanos han existido de siempre y en todos los lugares, llama especialmente la atención cuando son sacrificios infantiles, al estar fuera de toda lógica de protección y cariño a los hijos, así como del mantenimiento y continuidad de una sociedad. En este sentido, es sabido que en la capital azteca de Tenochtitlan, en la actual Ciudad de México, en el siglo XV fueron ejecutados 42 niños, y que los incas sacrificaban cientos de niños. Todos los estudios apuntan a que todos estos sacrificios infantiles estarían relacionados con una negociación y comunicación con lo sobrenatural.

Pero lo que más sorprende de dicho artículo es la siguiente frase del autor: "En nuestra época y cultura, la muerte violenta de una criatura basta para conmover al corazón más despiadado, y el fantasma de una masacre multitudinaria horroriza a cualquier mente cuerda. ¿Qué circunstancias desesperadas podrían explicar una acción que hoy juzgamos inconcebible?".

Y me ha sorprendido por lo que tendría que ser pero no es. Porque precisamente en nuestra época, en nuestra nación y en contra de nuestra cultura, se están llevando a cabo masacres mucho más numerosas, ejecuciones masivas, terriblemente violentas, de criaturas indefensas antes de su nacimiento. Una media anual de cien mil sacrificios de niños, victimados mediante los nuevos ritos más sofisticados y metódicos que los ancestrales, y realizados por enriquecidos chamanes. Millones de vidas que comenzaban aniquiladas por fármacos específicos, sueros salinos hipertónicos, descuartizamientos y aspiración. Restos de niños que las investigaciones arqueológicas futuras jamás encontrarán, porque no se les concedió el derecho a ser dignamente enterrados ni ser envueltos en simples mortajas. Simplemente fueron considerados como desechos hospitalarios para ser triturados antes de eliminarlos a la basura o ser incinerados. El sacrificio masivo actual de vidas infantiles no es la necesidad de una comunicación sobrenatural, la exigencia de una petición o agradecimiento a los dioses. Estos dioses sobrenaturales han sido sustituidos en la inmensa mayoría de los casos por los dioses personales actuales del egoísmo, la comodidad, la amoralidad, la banalización o la cobardía, por los que las propias madres sacrifican la vida de sus hijos, al considerarlos no un bien preciado sino un estorbo en su papel perversamente aleccionado de mujer libre.

Para los estudiosos del tema del macabro suceso de chimú quizás este fue un atisbo del desesperado final de un imperio agonizante. Impedir que esta misma conclusión la saquen los futuros investigadores sobre el final de nuestra civilización puede estar aún en manos de quienes tenemos otras convicciones y otra escala de valores. Para ello los caciques que próximamente tenemos la oportunidad de elegir no solamente no tienen que apoyar abiertamente esos sacrificios inhumanos sino que no tienen que olvidarse de ellos para así moderar su discurso y hacerse dignos del pensamiento único progre.

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