Banderillas

1 de Marzo del 2019 - José Luis Peira (Oviedo)

Circula por las redes. Uno envuelto en una bandera de España y con quincalla o merchandising en iguales tonos y motivos, que dice salir a hacer “running” por el entorno de la casa de Pablo Iglesias. Grita al paso consignas simples y patrias el personaje. Es su manera de mejorar la nación.

Leí hace poco, atribuido a Umberto Eco, que las redes sociales han convertido al tonto del pueblo en portador de la verdad. De una verdad. Lo creo firmemente, la tecnología ha convertido al memo de toda la vida en alguien.

Pero nadie piense que sólo hay una bandera que abona idiotas. Circula igualmente un vídeo de una carrera ciclista en la que se puede ver a un gil con una estelada, o senyera, que ni lo sé, ni las distingo, ni me interesa, molestando a participantes con ella, quizá particularmente a quienes no son de su patria, haciéndose notar, aprovechando el viento de popa para exhibir su gilipuertez supina.

Son apenas botones. Muestras de lo que se puede llegar a conseguir insistiendo. A muchos les interesa tener al personal distraído, aquí, allá, a uno y otro lado del Mississippi, mientras el mundo, como en “Casablanca”, se derrumba alrededor. Si la peña no fuera imbécil, sería capaz de recordar cuánta calamidad trajeron las banderas, los sentimientos insuperables por la cosa de las patrias. He leído hace no mucho el testimonio de un soldado ruso que penetraba en territorio alemán con su unidad allá por 1945 y se admiraba del orden diligente y productivo de los pueblos y la campiña alemanes, sobre todo en comparación con la miseria ancestral de sus isbas, y se preguntaba por qué un pueblo que vive así de bien tenía que invadir al vecino miserable; ¿qué buscaban? Pues ésa es la esencia de los corazones henchidos de patriotismo, que nunca se paran a discernir, a evaluar. Les basta con que les agiten una tela lo suficientemente cerca del morro y ya embisten solitos. Para que luego digan de los vitorinos.

Pues en esas estamos. Conste que lo del regreso a lo nacional y castizo, en cada rincón o terruño, no es más que la punta de un preocupante iceberg: a mi entender hay como una epidemia de tontuna, no es posible que ahora las ideas interesantes, las que enganchan a la plebe, sean las de retroceder al blanco y negro. Algunos nos hemos debido librar porque nos pilló en la ducha la nube tóxica, de otro modo no le encuentro explicación.

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