La Nueva España » Cartas de los lectores » Carta a Benedicto XVI

Carta a Benedicto XVI

26 de Marzo del 2010 - David Dacosta Andrade (Gijón)

Al Santo Padre de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana:

Padre, usted que predica la paz, el amor y el esfuerzo por mantenerlos y que ellos rijan todas las relaciones humanas, en igualdad y justicia, como predicó Jesús en sus enseñanzas; Usted que personifica la autoridad de todas las iglesias del mundo; Usted que determina el perdón y es la máxima autoridad de la Iglesia Católica ante Dios y el cielo, le ruego atienda mi petición.

Me remito a su carta pastoral a los católicos practicantes irlandeses. Ya que como usted dice, ha hablado, escuchado y rezado con y por las víctimas de abusos sexuales, que conoce y siente su dolor y que ha condenado la falta de escrúpulos y el daño causado por obispos y párrocos irlandeses a la indefensión de unos niños entregados en confianza a la Iglesia Católica para su educación y cuidado, no puedo más que comunicarle lo siguiente:

A todas luces su carta es escueta, incompleta y decepcionante. Como bien sabrá, Santo Padre, que ha sufrido y orado con las víctimas de tales abusos cuando éstas eran y estaban más indefensas y desprotegidas, esos hijos de Dios, hermanos en la tierra de todos los hombres y mujeres del mundo sienten una indefensión, tan grande como cuando fueron vejados. Aún en su vida adulta arrastran avergonzados el paso del tiempo sin ver que la Iglesia haga justicia con sus verdugos. Y hoy, adultos y adultas, pese al paso del tiempo, pese a las distintas terapias, pese, incluso, a la pena que sufriera o sufra su abusador, siguen soñando cada noche con su propia indefensión, con sus miedos, con aquellas noches en que sin entender el por qué, se aprovechaban de ellos/as.

Imagine usted, Santidad, vivir avergonzado sin haber merecido nunca avergonzarse, pasar toda su vida en la tierra con episodios de depresión, sufriendo pánico, con ataques de ansiedad, con constantes pesadillas que se repiten cada noche, impedidos para siempre a disfrutar con normalidad del don del amor que el todopoderoso nos entregó a los seres humanos, sufriendo en cada relación el recuerdo de aquellos abusos. Imagínese usted, Padre, culpándose a si mismo de su situación, y a todos los que están a su alrededor por no comprenderle, deseando haber vivido su infancia como una más, con normalidad, siendo un niño cuando le correspondía. Si consigue usted imaginarlo realmente, no podrá dormir esta noche.

Santidad, no puede pedir perdón para los criminales que arrancaron a unos/as niños/as su indefensión, su inocencia, su infancia, y más tarde toda su vida. A ninguna de esas víctimas le servirá la confesión. A mí tampoco. Y sin ser una víctima de esos inhumanos, no los perdono. Hay asuntos imperdonables por el dolor que suponen. Si de verdad quisiese usted, Padre, calmar el dolor que sufren aquellas víctimas, entonces usted en persona excomulgaría a esos desalmados. En cambio usted lo soluciona con la confesión y la oración, que sólo redime al pecador ante Dios y no sirve como castigo a sus crímenes. Escasa penuria para aquellos que no han destrozado una vida, sino miles.

Díganos a todos, Santo Padre, qué diferenciación realiza para comprender y perdonar a los que abusan de un niño y enviar al limbo a aquel que decide abortar. Explique, Santidad, por qué la vida de un nonato vale más que la de un inocente niño indefenso. Explíqueme, Padre, porque no lo entiendo, que solicite el perdón para aquellos, que habiendo jurado castidad y dedicación plena a la obra de la que usted es máximo representante en la tierra, han destruido tantas vidas faltando no sólo a sus votos, también a la poca humanidad que debían albergar dentro de sí mismos.

Como no lo entiendo y usted, Santidad, no se dignará a contestar a este escrito, le ruego, si es tan amable, me condene a la eternidad del infierno, que no quiero toparme en el cielo con esos desalmados que usted ha perdonado. Excomúlgueme a mí, que no quiero compartir credo con semejantes individuos, por muy humanos e hijos de Dios que usted los considere.

Para finalizar, Padre Santo, permítame recordarle que incluso Jesús echó a los mercaderes del templo, utilizando la vara y no el perdón. Sea usted buen cristiano y utilice la vara para limpiar su templo de pederastas.

Atentamente, esperando se digne a leer mi misiva:

David Dacosta Andrade

Cartas

Número de cartas: 45948

Número de cartas en Septiembre: 52

Tribunas

Número de tribunas: 2083

Número de tribunas en Septiembre: 5

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador