"1.000.000 y 1"
Vuelven estos días a aparecer los recurrentes artículos sobre la despoblación asturiana.
Y seguirán apareciendo porque con los miopes análisis que se hacen del asunto nada se va a arreglar.
Parece que todos los indicios apuntan a un descalabro generacional grande y sostenido en el tiempo, muy grande y muy sostenido.
Descalabro que tendrá sus consecuencias en todos los ámbitos de la sociedad. Empezando por el sencillo ejercicio de contar: solo en impuestos directos en el Presupuesto de la Junta, cada mil personas significan, en números gordos, un millón de euros; si perdemos seis mil personas al año, hagan ustedes las cuentas. Seis millones menos este año y seis millones menos el que viene y otros seis el próximo. (Seis millones representan más de cien médicos que se podrían contratar o que se dejará de hacer; piénsenlo ustedes. Cuando les toque esperar en Urgencias).
Si a esto añadimos que el consumo es una pata importante del Presupuesto, hagamos cuentas de lo que se dejará de consumir en las tiendas, en los concesionarios, en la compra de vivienda; todo ello, claro, redundando en unos ingresos menores para la Junta del Principado, y todo con unos gastos siempre crecientes.
Pero lo que quiero traer solo como cifra es el millón de personas que faltan en España desde el año 2008, personas que, según los datos del Ministerio de Sanidad, corresponden con otras tantas i.v.e. o dicho de otro modo: un millón de abortos (vid. Página Ministerio de Sanidad).
No es mi intención hacer un juicio moral del asunto, sólo dejar encima de la mesa que en Asturias, haciendo unas cuentas rápidas, significa una pérdida de 23.000 niños. Niños que hacen falta para el relevo generacional, y aunque sea solo de un modo pragmático, para pagar las pensiones de los que hoy están en activo, incluidas, por supuesto, las pensiones de nuestros alcaldes, consejeros y cargos públicos.
La otra cifra que es alarmante es “1”, que es la tasa de reposición poblacional en Asturias, muy por debajo de la nacional y bastante más por debajo de la tasa de reposición de equilibrio (que debe ser de un 2,3, más o menos). Antes de que nadie diga nada, esta tasa no parece ser función tan solo de las circunstancias económicas: ninguno de los países esos donde se atan los perros con longaniza y donde parece que nos miramos todos, ninguno, repito, de los países del paraíso nórdico llegan a la tasa de reposición de equilibrio, y no creo que los noruegos sean pobres.
Podremos taparnos los ojos, podremos seguir creyendo nuestras propias mentiras, pero la realidad se impone. El modelo social español (y el europeo) hace aguas y nos lleva a un desastre.
Todavía quedarán gentes que no lo vean, no pasa nada; como decía un comentarista deportivo, “el tiempo nos dará o quitará la razón”.
Me gustaría dentro de trescientos sesenta y cinco días no volver a escribir esto mismo.
Mucho me temo que el año que viene seguiremos perdiendo asturianos, en una sangría sin fin. Como diría el poeta: una sangría “que no cesa”.
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