En memoria de mi primo Oscar
El pasado sábado 20 de marzo asistí a un funeral por el eterno descanso de un
familiar fallecido en Tarragona. La ceremonia se celebró a las siete de la tarde en
la parroquia de la Virgen de las Mareas, en Avilés. Cuál sería nuestra sorpresa
cuando los fieles, casi todos familiares y amigos del difunto, nos dimos cuenta de
que el párroco en ningún momento del acto nombró al finado, ni siquiera hizo una
breve alusión a su persona. Nuestra sorpresa se acrecentaba cuando el ministro de
Dios aprovechó el funeral, para anunciar proclamas de boda después de la Comu-
nión y no contento con esto anunció a continuación las misas que se celebrarían
la semana próxima en memoria de otros tantos fallecidos, esta vez sí, nombrando
a cada uno de ellos, mientras que la persona, por la que allí nos habíamos congre-
gado, no mereció ni un breve comentario. Para rematar el cúmulo de sorpresas,
una vez terminadas las proclamas y los anuncios de funerales futuros el cura dijo:
Ya está, y se acabó la reunión de manera irregular, sin las habituales oraciones
que siguen a la Comunión y que dan por finalizadas todas las misas.
Los allí presentes nos percatamos del desprecio del párroco hacia el finado sino
también hacia sus familiares y amigos, pues todos nos habíamos reunido para
rendirle un último homenaje y lo mínimo que esperábamos, era una pequeña
dedicatoria por parte del maestro de ceremonias pues para eso se le paga, ya que
la fe y los cultos no son gratis.
Vivimos en un mundo deshumanizado, está claro, pero si en el lugar donde en
teoría se respeta, se consuela, se eleva el espíritu, ocurren estas cosas, no es de
extrañar que los templos se vayan quedando solos.
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