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Salvemos el Carnaval

13 de Marzo del 2019 - Julio Bueno de las Heras (Oviedo)

Es bien sabido que el Carnaval que conocemos, heredero de diferentes progenitores, es una celebración folclórica colorista y más o menos transgresora en la que gentes de muy diversa condición tienen la gracia -y la generosidad- de ofrecer desinhibidamente un regalo visual e interpretativo al resto de sus conciudadanos, coparticipen o no de la liturgia del disfraz, de la música, del mimo, de la parodia, del desfile. En suma, se trata de un espectáculo coral, popular y -usando sin retintín ni reticencia los comodines habituales- democrático, transversal y abierto a todos los públicos. No pocas veces resulta entrañable y casi siempre es sugestivo y divertido, dejando un hueco para las excepciones singulares de quienes carecen de gracia, de imaginación o de recursos escénicos, o de quienes andan sobrados de bastedad, torpeza y mala baba.

Creo que la contribución que, por lo visto y oído, se ha dado desde el último rincón de Asturias y desde muchos otros sitios de España a una fiesta cuasi planetaria -y quién sabe si galáctica- es para estar globalmente más que satisfechos en este contexto.

Como cualquier evento o celebración multitudinaria de ámbito nacional o internacional -días de la tierra, del clima climático, de los equinoccios, del año nuevo, del hombre, de la mujer, del género, del caso, de los enamorados, del padre, de la madre, de los hijos, de las mascotas, del árbol, del autor, del libro, del cachopo...- el Carnaval tiene dos enemigos, sin duda uno más peligroso que el otro. El primer enemigo, el menos tóxico por su alta entropía, viene de dentro, y somos la gente, el personal carnavalero que -a título individual, en rebaño, manada o piara-, no sepa o no quiera estar o pierda el juicio con el tachunda y el jolgorio. Afortunadamente las autodefensas suelen actuar eficazmente, y las desviaciones de este tipo suelen abortarse en las distancias cortas, por lo que no tienen ni larga vida ni secuelas y quedan en lo que son, episodios para contar. Como mucho en la página de sucesos.

El otro enemigo, más sofisticado y organizado, se llama Dictadura.

A ninguna dictadura le gusta la libertad, particularmente si la libertad se manifiesta inteligentemente evidenciando las vergüenzas del régimen. Y, supongo que ya se habrán dado cuenta de que, aunque las dictaduras vienen de arriba, el flujo de dictados puede hacerse de arriba para abajo -el método clásico: el golpe, la censura, las prohibiciones, la persecución-, que son las formas más tópicas, o puede hacerse ascensionalmente, con caballos troyanos, mediante la infiltración, la metástasis y el secuestro.

La primera forma es la consabida, la más grosera y la de peor prensa; se detecta mejor y, consiguientemente, genera reacciones de rechazo y vacunación que estimulan la complicidad entre víctimas y excitan la creatividad corporativa: la astucia defensiva, la imaginación burlesca, el maquillaje y la encriptación. Después de una dictadura convencional, sea de puños cerrados o de brazos en alto, el personal que no sucumbe sale fortalecido porque, a pesar de -o gracias a- las cicatrices se las sabe todas y tiene más alta la autoestima.

La segunda forma -no sé si les sonará tanto- se basa en inyectar las directrices a las bases desde un alto mando invisible, enmascarado o difuso, en ir creando estructuras utilitaristas entreverando los intereses de los zorreras con los anhelos de los idealistas y rellenando por capilaridad el tejido resultante con la masa inercial de los bovinos y las bobinas y las bovinas y los bobinos. Cuando se alcanza el punto de no retorno la fiesta sigue pareciendo de todos, pero ya tiene dueño. La festividad se ha convertido en el día del dogma, de la doctrina, en el día de la propaganda, de la comunión, del trágala. Es una maquinaria política que puede llenar plazas rojas y explanadas negras.

Si creen ustedes que ya lo tienen todo visto en esto de la gestión utilitarista de eventos populares, llegará el día en que vean a las hembras abominando de los machos, a las crías revolviéndose contra sus progenitores, a los vecinos contra los vecinos, a las mascotas contra sus dueños y viceversa, a los patronos convocando a los empleados a la huelga, a los "demócratas" repartiendo salvoconductos de pureza de sangre, excomulgando contrincantes y tejiendo la calle de cordones sanitarios contra los "odiadores", a ministros del gobierno y parejas presidenciales siguiendo la partitura pero perdiendo los papeles...

El día en que vean todo eso no sabrán si es que se han vuelto locos o que el Armagedón ha llegado, por fin, para liberarnos de tanto esperpento y tanta vergüenza. Pero de lo que sí pueden estar seguros es de que también el Carnaval acaba de caer en manos de la casta o del frente popular.

Desenmascarémoslos.

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