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¿Dónde quedaron esos valores?

14 de Marzo del 2019 - Alejandro González Lada (URBIÉS)

El síntoma más evidente de la decadencia de una sociedad, es sin duda la pérdida de valores. Cuando un individuo pierde los valores, contagia a su entorno más próximo, pero si este individuo es una persona pública u ostenta una representatividad mediática, el contagio se multiplica hasta el infinito. El respeto, la libertad, la tolerancia, la honestidad, la responsabilidad y la justicia, son buena parte de los valores que esta sociedad enterró sin saber realmente por qué.

No soy padre, pero fui y soy hijo, y como tal reconocí todos esos valores: el respeto hacia las personas y los animales, la libertad y lo que supone frente al libertinaje, la tolerancia hacia lo diferente en un mundo diverso, la honestidad para generar confianza, la responsabilidad asumiendo las consecuencias de mis actos y obligaciones, la justicia como equilibrio entre la libertad individual y la colectiva. Todo ello se acuño en las generaciones de mis quintas más próximas desde la niñez hasta la pubertad.

Los niños son diamantes sin pulir, cuando a un niño se le trata como si fuera una joya pulida y no cómo un piedra preciosa a pulir, lo más normal es que acaben produciéndose incidentes de mayor o menor gravedad, simplemente por no haber tenido en cuenta la capacidad de raciocinio de éste, de no marcarle unos límites, unas obligaciones que le enseñen a valorar realmente lo que tiene y lo que cuesta llegar a tenerlo, y entender lo que significa ser propietario y responsable de ello.

Hay un caso que suelo poner como ejemplo para evidenciar la diferencia entre tiempos pasados y los actuales. Los jóvenes de mi quinta supieron que llegar a tener algo suponía un esfuerzo, también supimos valorar la ayuda que podía llegarnos en algún momento, por ello, la compra de nuestro primer turismo suponía hacer muchos números, sobre todo barajar las posibilidades que teníamos en función de nuestros ahorros y sueldo, y una vez vistas las posibilidades, decantarnos por un vehículo nuevo con la consiguiente financiación (lo que podía conllevar la intervención de un avalista), o comprar un vehículo de segunda mano.

Éramos libres de comprar o no, pero si lo comprábamos debíamos hacernos responsables de la compra, honestos y leales con el avalista por apoyarnos al contraer la deuda, y por supuesto respetuosos por las previsibles consecuencias que podrían derivarse de la conducción del vehículo.

¿Alguien cree que esto, algo cotidiano habitual en otros tiempos para varias generaciones, es extrapolable a la juventud de la sociedad actual? Por supuesto que no es justo generalizar, pero si tuviéramos que hablar sobre la percepción de una realidad, que nos muestra niños criados entre algodones, como ídolos, sin interacción social a no ser en los colegios o clases particulares de mil y una disciplinas, y en algunos casos convirtiéndose en la proyección de unos padres frustrados por no haber llegado a ciertas metas, presionando para que su hijo sea el mejor de todos, creo que obtenemos gran parte de la respuesta.

Yo, si hablara desde la experiencia que me aporta mi trabajo, podría decir que nada tiene que ver el ejercicio de la responsabilidad que nos trasladaban nuestros padres, hermanos o abuelos, con los actuales. Hoy en día veo padres que se ufanan en explicar la compra de un vehículo de alta gama para el hijo-a de turno, en donde suele ser una constante la potencia de varios cientos de caballos, con unos extras de varios miles de euros. Cuando la piedra preciosa fue pulida a través del tiempo y asimiló esos valores fundamentales, los resultados acabarán apreciándose, sobre todo cuando se trata de las joyas que no llegaron a pulirse cuyas consecuencias son inmediatas.

Algo falla, no puedo hablar como padre de la educación de los hijos, pero sí como ciudadano, y veo una sociedad que desprecia valores inherentes al ser humano. El rumbo está perdido y es algo evidente cuando ves a profesores y padres, soportando agresiones de alumnos y vástagos, algo grave está engendrándose en la base de una sociedad, cuando tratamos a mascotas como seres humanos y a éstos como bestias, cuando somos capaces de valorar más a un futbolista que a un médico, a un científico, a un bombero o un policía, cuando recogemos (algunos-as) los excrementos de un perro en plena calle, pero no reciclamos nada en el hogar, cuando los padres son capaces de agredir a un árbitro en un partido de colegiales.

Algo falla, no hay duda y no quisiera equivocarme, pero evidentemente la raíz de la pérdida de valores nace en el seno familiar, y por mucho que pretenda reconducirse en la medida de lo posible en los colegios, nunca tendrá fruto si no se inculca desde la cuna.

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