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De "La aldea perdida" al carbón perdido

26 de Marzo del 2019 - Ricardo Luis Arias (Aller)

De la rica y múltiple obra literaria de nuestro Armando Palacio Valdés (dos tomos editados en papel Biblia) vamos a recordar hoy aquí la novela titulada “La aldea perdida”, que es un canto hermoso a la Asturias campesina y ganadera, a su grandioso medio rural, sus montañas, bosques, valles y ríos, a sus aldeas y pueblinos, a sus gentes que, en ese medio rural, han hecho historia de honradez y trabajo desde que los celtas arribaran a nuestra tierra astur. De todo ello se lamenta Palacio Valdés en su novela, destruido y arrasado por el carbón, por las empresas que lo explotaron salvajemente, arrojando el escombro a valles y río, talando bosques milenarios y convirtiendo aquellas comarcas en un verdadero infierno de ruidos y explosiones de dinamita, barriendo la paz y el silencio para siempre.

Las zonas que más sufrieron este cambio salvaje fueron las del Nalón y el Caudal (en la primera es en la que pone nuestro novelista más énfasis narrativo porque él era natural de Laviana), y también las que más carbón dieron hasta ahora, en que se dio cerrojazo a su explotación en España, decretado al parecer por esa mandona de la UE. Y en las entrañas de esas dos cuencas mineras, las más importantes de nuestro carpetovetónico país, quedan miles y miles de toneladas de carbón. Con ello, la paz y el silencio han vuelto a esos valles mineros. Ya no hay escombreras y los ríos vuelven a bajar limpios y transparentes, en cuyas aguas posiblemente el salmón remontará para desovar en sus orígenes.

Los valles y pueblos que sufrieron la invasión minera retornan ahora a su primitivismo, a cuanto cantara narrativamente Palacio Valdés en su “Aldea perdida”, cuya lectura cautiva y emociona. Hemos de reconocer que si el carbón causó tanto daño al medio rural, a sus aldeas y pueblos, bien es cierto que les proporcionó riqueza e importancia, carreteras y medios de comunicación, entre otros. Un ejemplo, en Aller: Caborana, que en la época dorada del carbón pasó de ser aldea a ser uno de los pueblos más importantes de la minería asturiana, con una población de unos doce mil habitantes. Hoy creo que andará por unos mil. Y poco más o menos esto es lo que ocurrió en los pueblos de estas cuencas.

Prohibida y acabada la explotación de carbón en nuestros valles, ¿la aldea de Palacio Valdés volverá a estar perdida como entonces? No. Porque hoy tiene carreteras, algunas hasta ferrocarril, luz eléctrica, televisión y ese cibernético invento que es internet. Nuestro querido paisano, hoy, por ejemplo, puede navegar por ese internet por todos los confines del mundo desde su terruño, o hablar por su teléfono móvil mientras ordeña su vaca, labra la tierra o siega un prado. Asombroso. Qué dejaría patitieso al novelista lavianés, al que recordamos ahora aquí con cariño y gratitud por su defensa de la aldea asturiana, de todo cuanto conforma su medio rural, grandioso y profundo.

Y en él hay que volver a recuperar su riqueza, acaba la del carbón, tan injusta e impositivamente. Y para ello hay que realizar una intensa campaña de captación y atraer a jóvenes y gentes sin trabajo ni futuro, que pueden tener y encontrar en nuestro medio rural, con ayudas, facilidades y proporcionándoles los medios y maquinaria para recuperar tierras y ganadería. Todo cuanto cantó literariamente Palacio Valdés en su “aldea perdida” y que el carbón y la dinamita se llevaron por delante.

Hoy aquellos valles mineros, sus pueblinos y aldeas, son un remanso de paz y silencio. Sus gentes, pocas ya, de edad avanzada la mayoría, se enfrentan a la vida con cansancio y tristeza, sobre todo aquellos que dejaron en la noche perpetua de la mina lo mejor de sus vidas, y algunos no tuvieron más compensación que una silicosis que petrificó sus pulmones. Dolidos y resignados, sumidos en una despiadada soledad, aguardan el relevo para el tránsito humano, perdidos en el tiempo y los recuerdos.

Y los castilletes de los pozos mineros del Caudal y Nalón son las cruces que se alzan sobre las tumbas de un carbón perdido, que allí yace por miles de toneladas. Quizás algún día, más o menos lejano, habrá que volver por ese carbón perdido, y así lo anunciarán las sirenas de esos pozos rompiendo el triste y doloroso silencio que hoy reina en los pueblos de esos valles mineros. El tiempo y los años nos lo dirán.

Ricardo Luis Arias

Aller

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