Vivires

22 de Marzo del 2019 - Fernando Martínez Álvarez (grado)

De sobra es sabido que hay tantas formas de vivir como individuos en la tierra. El carácter, la forma de ser imprime a nuestro comportamiento maneras especiales de reacción, de vivir las circunstancias de nuestro mundo.

La psicología de la conducta rebusca en nuestro pasado y explica nuestro proceder actual como consecuencia de todo aquello que nos moldeó en nuestra infancia. Así, según ella, los contactos con nuestros padres y familiares, amigos, barrio o escuela son quienes causan en nosotros las impresiones que luego dan lugar al comportamiento.

En el caso de dos hermanos gemelos con el mismo entorno familiar, la misma escuela y la misma infancia, que al hacerse adultos se conviertan en asesino uno y el otro en sacerdote..., incluso tal psicología encuentra que hubo de haber necesariamente algún punto en el tiempo en el que algo ocurrió que significó esa predisposición futura a la ilegalidad o a la entrega religiosa.

¿Somos seres a merced de las circunstancias que nos sobrevienen? ¿Puede cualquier elemento distorsionador cambiarnos la vida para mal? ¿O para bien?

Lo que parece claro es que no es posible poder constituirse en dueños y señores de nuestra vida, controladores de todas sus circunstancias. Y mas temprano o mas tarde aparecerán algunos hechos que cambiando nuestro mundo nos demostrarán hasta qué punto estamos expuestos ante la eventualidad: la muerte de alguien cercano, un accidente grave, un cambio importante en nuestra situación en el trabajo... nos intervendrán. No solamente en nuestra forma de pensar y de sentir, sino que serán también causa, a su vez, de otros cambios consecutivos que vendrán a nuestras vidas.

La soledad del hombre ante el infinito causal, la orfandad de todos ante un azar inescrutable parece no contar cuando estamos enfrentados a nuestras pequeñas guerras de todos los días. Y nos olvidamos entonces de que todo es pasajero, lo vano de toda la existencia. Solamente cuenta el interés momentáneo, hasta que la campana ineludible del destino nos congrega a una nueva sumisión y al pensamiento de nuestra realidad subordinada.

No es vida una entrega a la carrera por el dinero, las posesiones o los títulos; la autocomplacencia, el orgullo o la consideración social. Es un gasto estúpido de energía y tiempo el que se emplee en una carrera por el logro de signos externos, mas allá del verdaderamente necesario y útil.

Para acompañar nuestro vivir existen también intangibles, elementos inmateriales, estados del pensamiento y del sentimiento que llenan emocionalmente a las personas de una forma mucho más plena que las posesiones.

Si al final, nuestra vida nos hubiera de premiar con una muerte tranquila y, antes de ella, pudiéramos rememorar lo que fue nuestra existencia, quizá más que nuestras posesiones, nuestro dinero o el estatus social, valoraríamos los recuerdos de una noche despejada de agosto mirando las estrellas, la subida a una montaña que para nosotros fuera un reto y quedarnos a dormir en la cumbre, la contemplación de una aurora boreal, de la erupción de un volcán, la sorpresa de una tormenta intensa en el campo al atardecer, la fuerza y el rugido del mar en el acantilado, sentirse perdido en un bosque respirando su latir, un paseo descalzo en la playa por la noche...

Cerraría los ojos para siempre mucho mas tranquilo que contando mi dinero.

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