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La cebra y el león

20 de Marzo del 2019 - José Luis Peira (oviedo)

No hace falta discurrir mucho para comprender que una cebra, para huir del león, no necesita correr más que éste, sino más que otra cebra.

Esta receta rige para muchos acontecimientos de la vida. En España, país en el que padecemos una eterna campaña electoral, la única manera de distinguir el período cercano a las urnas es la constatación de que en todos los rebaños llegan los empujones. En todos, insisto. A saber, si tienes posibilidades de entrar en las listas de cualquier partido, inmediatamente comprendes que deberás correr más que otras cebras, porque, estimado candidatable, tu enemigo no son los demás partidos, el león, sino aquellos que en el rubro pueden adelantarte por la izquierda, o la derecha, a saber. No es lo mismo figurar, pongamos, el número siete por tu circunscripción que el trece.

Así que uno sospecha que se abre la veda, al olor de viejas heridas familiares, chismes, hablillas, rumorzuelos de toda laya, filias, fobias y ex de cualquier condición. Hay que peinarse con brillantina para salir guapo en la foto, pero sobre todo conviene no estar muy a los extremos para que no salga la cabeza recortada, toda una premonición de futuro. Encima, para empeorar, los liderazgos apuestan por los fichajes de invierno, esas estrellas que huelen a lomo de ángel y sin carné vienen a laminar todo un trabajo de cantera, abnegación de codazos y zancadillas que son echados por tierra en un santiamén.

En esas viven algunos, no se engañen. Con eso se van cada noche a casa, reconcomiéndose y soñando con formidables puñaladas triunfadoras. Y uno presume que el desgaste neuronal, la focalización de recursos para salir airoso del atropello de la propia manada no debe dejar mucha inspiración para pensar en los problemas mundanos de la gente corriente: a quién carajo podría importarle que los libros de texto sean más baratos, que la función pública se agilice, que la delincuencia descienda en determinados barrios, que las carreteras tengan mantenimiento o que los violadores anden sueltos. Cabe pensar que a cualquiera le queden pocos caudales para encarar esas cosas, ni siquiera es materia moral o de indecencia, que también, valdría pensar, sencillamente, que se tratara de una cuestión de imposibilidad. Los cinco sentidos orientados a resolver asuntos internos deberán, por fuerza, dejar escaso terreno al mundo exterior. El real, vaya.

De manera que, sueltos los leones, llega el tiempo de las cebras despavoridas, recorriendo la pradera en aparente y enérgico orden, pero sacudiendo coces, empujones y mordiscos a diestro y siniestro. Qué tostón.

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