Obituario: Miguel Gutiérrez, sentimiento por soleares
La muerte nos sitúa en los límites de la realidad terrena, una realidad cruda y directa que nos convierte en seres de un solo camino, ese camino marcado por el destino que va del nacimiento al óbito. Y en ese tránsito al más allá se acercó el bueno de Miguel, Miguelón para los amigos. Un salmerón de altura, envuelto por la pátina del bien al prójimo y amante de la sabiduría, especialmente ese saber sujeto a la historia del cante hondo, ese flamenco ancestral y el mundo del arte prerrománico. Sus pasiones amigas, aparte de su profesión médica como experto traumatólogo en el Hospital del Valle del Nalón.
Miguel, aquejado de una grave enfermedad, llevó esta maléfica patología con el estoicismo de los hombres adornados por el humanismo de base, por esa sapiencia del conocedor de su mal… Todo transcurrió con rapidez, en silencio y agarrado a sus libros y al calor familiar. Hoy el cante verdadero, ese lamento tan español, tan andaluz, tan asturiano… está un poco más huérfano por la pérdida de un apasionado y un entregado a esa causa cultural, etnográfica y musical. La peña flamenca «Enrique Morente», del que era un miembro activo y notable, lo va echar en falta por aquellos sabios consejos, las orientaciones pertinentes y por el gran conocimiento hacia ese universo flamenco convertido en palos como el garrotín, tan asturiano, la soleá, la seguiriya, el fandango, la toná, la farruca o el martinete.
Subtítulo: Experto traumatólogo, era un apasionado del flamenco y del arte
Destacado:Era una enciclopedia donde el saber y el estar eran sus constantes
El presidente de esta peña flamenca con sede en Oviedo, Guillermo Pérez de Castro, «Willy», me comentaba que con la muerte de Miguelón se va una parte del colectivo, una orfandad que dejará una huella indeleble en todos los componentes de esa institución amante del cante hondo. Y es que al decir de sus amigos, Miguel era una persona preñada de bondad, amena, graciosa, culta y siempre con la ironía en la flor de los labios. En una de mis conversaciones a pie de calle siempre tenía una buena palabra amistosa y al segundo surgía la pasión larvada y penetrante de la canción asturiana o de la realidad musical del flamenco en estado puro. Lo sabía todo acerca de esa materia tan española y racial. Y qué decir del arte árabe, prerrománico y románico. Era una enciclopedia donde el saber y el estar eran sus constantes. Espero que su hijo Miguel, compañero en LA NUEVA ESPAÑA, recoja esa sabiduría para trasladarla a papel y que sirva como lección magistral de su gran conocimiento hacia esos temas de interés.
Vicente Vallina, traumatólogo y compañero de Miguelón, no tenía palabras para describir al colega. Bondadoso, amante de la cultura, deportista, estuvo a punto de fichar por el Atlético de Madrid de Balonmano, estudiante notable en Salamanca y buen discípulo del doctor Vicente Vallina en el Sanatorio Adaro de Sama. Un currículo ahíto de excelencia y formación… que se tradujo en total profesionalidad y amor por los demás con la vocación perenne de la canción popular –cante hondo– y los toros por montera, sin olvidar la tonada asturiana y la naturaleza indómita de su tierra de nacencia. Con la muerte de Miguel se rompe el diapasón de esa música contagiada de lamento, gemido y susurro patrio. Va por ti, por soleares, Maestro!
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