Combustible
En su última entrevista concedida antes de morir, Carl Sagan, cuyo legado y biografía son un monumento a la razón, al espíritu crítico y a la tolerancia, decía que la ciencia es una forma de pensar y de interpelar al mundo que pone de manifiesto la falibilidad y limitaciones del conocimiento humano. Parafraseando su intervención sostenía que la actitud escéptica y humilde de la ciencia es necesaria tanto para los ciudadanos, quienes debemos pedir explicaciones, como para quienes deben darlas, las autoridades y políticos que toman las decisiones como antídoto para la superstición, los prejuicios y la pseudociencia. Continuaba advirtiendo que en una sociedad basada en la ciencia y con tecnología avanzada, el combustible de ignorancia y poder podría tener unos efectos devastadores. Transcurridos más de 20 años de su muerte, su mensaje no solo tiene plena vigencia, sino que junto con el de tantos otros y el de un sector de la sociedad cada vez más amplio y comprometido se ha convertido en un grito desesperado. Es obvio que el trasvase de la información y conocimiento científico al poder político y a la sociedad para resolver los graves problemas ambientales que sufrimos ni se está produciendo ni se está aprovechando al ritmo necesario. Está en tela de juicio la competencia en asuntos científicos, tecnológicos y, por tanto, el compromiso y la capacidad de nuestros responsables políticos para afrontar el problema ambiental con mayúsculas del que depende todo. La reciente oleada de incendios sufrida en Asturias casi al par de la de Cantabria es un perfecto ejemplo del hiato que existe entre la información científica disponible, en este caso sobre incendios, la percepción del llamado mundo rural de este gravísimo problema y el que muestra la clase política como respuesta. No es de extrañar que lejos de solucionarse sea recurrente y se agrave. Es una quimera si no se es consciente y se tiene un mínimo conocimiento de los efectos ecológicos perjudiciales de los incendios (alteración de procesos químicos en el suelo, la muerte de pequeños organismos, insectos, la destrucción de plantas y árboles con liberación del temible CO2, posterior erosión, etcétera) que cualquier ciudadano repudie moralmente el fuego, se incline de forma no coactiva al cumplimiento de la ley y colabore en erradicar esta lacra. Al contrario, lejos de concienciar sobre la transcendencia del problema, más emotivamente que por evidencias, o de forma irresponsable e interesada por cálculo electoral y a caballo de una demagogia desbocada, se refuerza la idea del fuego como “herramienta de gestión de ecosistemas tradicional...”. Expresión bárbara al igual que otras como la de “ecosistemas humanizados”, que no son más que pura perversión del lenguaje, una expresión de adoctrinamiento, prejuicio o lavado de conciencia colectivo. El papel del hombre en la naturaleza no es por desgracia, salvo las ya casi desaparecidas sociedades de cazadores recolectores, el de un integrante más. El ser humano transforma, altera y destruye la naturaleza, no es un elemento del ecosistema que interactúa con el resto de los miembros del mismo. Es un agente perturbador que desnaturaliza en función de sus egoístas necesidades. Tiene poder para hacerlo. Irónicamente, además de responsables, somos víctimas y debemos dar pasos atrás. Tal y como decía Sagan literalmente, el auténtico combustible de los incendios forestales es esa mezcla de ignorancia y poder, no el matorral, que es una fase o tipo de vegetación que se trata de erradicar provocando incendios devastadores creyendo que podemos manejar la naturaleza a nuestro antojo. En un diagnostico errado y nefasto se persiste en el uso del fuego para generar pastos cuando precisamente ha sido su uso secular, junto con otras manifestaciones de nuestra prepotencia, ignorancia y poder descontrolado, el que ha producido el cambio climático, pérdida de biodiversidad y que puede llevarnos al colapso. Estas razones hacen patente lo extemporáneo y contradictorio de esta práctica. El cóctel compuesto por el ascenso de las temperaturas medias con sequías, promover el aumento de superficie pastable a través de las ayudas (con reparto injusto y conflictivo incluido) comunitarias (PAC) haciendo del CAP (coeficiente de admisibilidad de pastos) un capirote, la modificación de la ley de Montes sobre vedas al pastoreo, la planificación forestal que ha fomentado durante años la plantación de antorchas (pinos y eucaliptos... especies alóctonas) próxima a zonas habitadas e infraestructuras, junto con una política de incendios centrada en la extinción y oscurecida por intereses contrapuestos han dado como resultado una oleada de incendios tras otra. Incendios muy peligrosos y difíciles de controlar. Todo un ejemplo de circularidad y retroalimentación. Si alguien se propone hacer de los incendios un problema endémico es difícil hacerlo mejor.
Justificar el fuego ilegal por el despoblamiento, el abandono de fincas y la presencia de matorral próximo a los núcleos sin solución de continuidad con el monte es una irresponsabilidad. Ese es precisamente el motivo que hace especialmente peligrosas y arriesgadas las quemas. Que organismos oficiales asuman los incendios provocados intencionadamente poco menos que como catástrofes naturales es otra irresponsabilidad e impostura a la que acompañan además, por si fuese poco, de demandas económicas haciendo gala de un inmoral oportunismo. No hay más responsabilidad que la de la mano del que prende. Los incendios no son una plaga bíblica. A poco que se analice cada vez es más borrosa la distinción entre una catástrofe natural y las que causa directa o indirectamente el ser humano. La falta de colaboración ciudadana evidencia un problema sociológico y cultural profundo en el entorno rural. Una carencia que no se puede ocultar, justificar o beatificar por tradición, por réditos electorales, intereses ilegítimos e inmorales que no hacen sino agravar la situación. La estadística, la evidencia y los hechos son incontrovertibles. La mayoría de los incendios son intencionados y para regenerar pastos. Regeneración, término que es usado eufemísticamente, pues con cada incendio y cuando se dan en las peores condiciones se pierde esa capacidad. Los montes son algo más que gigantescos establos, cultivos forestales o fincas cinegéticas. Nuestros representantes políticos deben enfrentarse a este problema y a las urgencias ambientales con coraje, mirando al futuro cercano, impulsando modificaciones legales, garantizando su aplicación, con pedagogía y divulgación. Tienen la ciencia de su lado. Ya no son solo los conservacionistas los que se hacen eco de las advertencias de los científicos. La sociedad y las nuevas generaciones demandan un cambio de paradigma. Actúen o háganse a un lado. Es urgente.
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