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Tengamos la fiesta en paz

29 de Marzo del 2010 - Ramón Esteban González (Luarca)

Todos los apéndices, vuelta al ruedo y salida a hombros por la puerta grande. Todos los honores de la «fiesta nacional» para los bravos defensores, y para ello aporto mis razonamientos: el toro de lidia, Bien de Interés, pero Biológico. El único ser vivo que al «no sufrir» en el ruedo debe de estar exento de la función estímulo-respuesta de la que gozan las mismas bacterias, un nuevo reto para la ciencia y la investigación, con Nobel asegurado. Señores aguafiestas: de ser abolido el espectáculo, el astado desaparecerá del planeta y me temo que con él su hábitat. Por ello comprendo el mimo dedicado a su conservación, mayor aún que el destinado, por ejemplo, a osos, linces o ballenas que, de continuar el peligro de extinción, se verán abocadas a competir en futuros combates entre ellas para evitar su exterminio como especies, por su falta de rentabilidad. Además, ya está bien de prohibiciones porque, gracias a intervencionismos estatales, ya han desaparecido tradiciones tan arraigadas, populares y culturales, a lo largo de la historia, como las pugnas de cristianos y fieras, las brujas y herejes atizando piras de la Inquisición o las olímpicas regatas de remeros esforzados en las galeras, por no citar el suspense de calcular cuánto tiempo durará un zorro antes de ser despedazado por una jauría de canes. Eran espectáculos de masas, más que el fútbol, y además de entrada gratuita.

Afirmo, además, que las corridas de toros reúnen el compendio de la cultura más exquisita: no puede haber seres más sensibles –requisito mínimo de cualquier expresión cultural– que cientos de asistentes a una tarde de gloria de un afamado gladiador vestido de luces ante un animal impotente en su defensa, hasta el desaparecido Caudillo llegó a derramar lágrimas de emoción cada vez que el valiente diestro le brindaba la faena. Los animales, por irracionales que son, no tienen derechos, pues no responden a ellos con deberes. Como por excepción gozan quienes sus incumplimientos les eximen de «encierros», y en menos que se mata un toro están de nuevo en su dehesa, dispuestos a dar nuevas cornadas a diestro y siniestro. La culpa la tiene el toro, por estar embelesado mirando la silueta de la luna en el río, y no acogerse a sus derechos y deberes. Y es más, a quien no le guste la fiesta –como dijo Gila– ¡que se vaya del pueblo! Para concluir, señor Gracia, quien escribe no es catalán, sufre ante la tortura y violencia tanto de animales como de seres humanos y, en su conciencia, no tiene sitio el aborto, aun siendo aprobado por ley.

Ramón Esteban González, Luarca

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