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No debemos confundir la política con el fútbol

26 de Marzo del 2019 - José Luis Álvarez Lauret (Gijón)

Aunque el fútbol no es una de mis pasiones, quiero entender a quienes siendo aficionados a ese deporte y seguidores de un club no estén dispuestos a cambiarlo por otro por muy mal que a veces lo esté haciendo. No sé qué especie de fuerza magnética ejerce el fútbol en las grandes masas, pero lo cierto es que se ve que hay multitud de ciudadanos/as dispuestos/as a seguir a sus gladiadores balompédicos allí a donde vayan y en todas las ocasiones y circunstancias. Es algo que se ve que arrastra y contagia a todas las capas de nuestra sociedad; solo quedamos fuera ciertos especímenes raros. Hasta ciertos curas se apasionan tanto con el fútbol que dan la impresión de estar más atentos a la marcha del club de fútbol de sus amores que a lo que ellos llaman "rebaño parroquial". No me imagino yo a Jesucristo en su tiempo animando a sus apóstoles y seguidores en general a acudir al circo romano de entonces a ver los gladiadores, que salvando las distancias venía a ser la misma cosa que ahora esto del fútbol, aunque, por suerte, esto no pasa de ser un juego y aquello ya sabemos en qué acababa.

Hay en nuestro tiempo otro tipo de seguidores rayando el fanatismo, bien distintos a los anteriores, y que esos sí que nos pueden preocupar y hacer bastante daño. Me refiero a ciertos fanáticos de la política que, ya sea por convicción o por puro fanatismo ideológico, resulta que no hay manera de sacarles del carril por el que circulan ideológicamente hablando, desde que contrajeron el sarampión político y se pusieron la camiseta con los colores del partido de sus amores y pasión. En mi modesta opinión, confunden la política con el fútbol y no se dan cuenta de la diferencia tan abismal que hay entre una y otra cosa. Lo del fútbol no tiene más trascendencia que el cabreo o disgusto momentáneo que se pillan cuando el equipo de sus amores va mal. En cambio, el fanático de la política sigue votando fielmente a su partido, aun cuando ve que lleva años gobernando erróneamente o circulando en dirección contraria en perjuicio de nuestros intereses en general. Es increíble; la democracia nos llegó hace cuarenta años y, en mi opinión, no acabamos de entender su significado. A la hora de votar deberíamos ser más reflexivos. No se trata de ir todos a una, sino de pensar en cada momento y votación quién nos puede gobernar mejor atendiendo los intereses del país y de la ciudadanía en general y no los intereses del partido de nuestra ideología.

Por mis doce años de residente en Alemania y comparando la mentalidad de aquellas gentes con la nuestra, me atrevo a decir que aquí aún estamos un tanto anclados en la mentalidad de hacer oposición a la dictadura, y no se trata de eso. En democracia debemos entender que tanto derecho tienen a gobernar la derecha como la izquierda o el centro, siempre que los ciudadanos, libre y democráticamente, así lo hayan decidido. Esas expresiones de: la derechona, los fachas, los rojos, etcétera, creo que son más propias de otra época que de nuestro tiempo y, sin embargo, están en el orden del día de toda discusión política en nuestro país; y da la impresión de ver cómo pasan los años y seguimos anclados en el treinta y seis del pasado siglo, de tan triste recuerdo y tan nefastas consecuencias. Creo que nos vendría muy bien a todos darnos un baño de humildad y sinceridad. Las cosas son lo que son y no lo que cuatro quieren, ignorando la opinión y voluntad de los demás.

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