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Interés por dañar la imagen de la Iglesia

4 de Abril del 2010 - Víctor Luis Díaz Haces (Oviedo)

Dando por descontado lo abominable de las acciones salidas a la luz y el sufrimiento de las víctimas y sus familias me gustaría llamar la atención sobre algunos aspectos.

Sin ánimo de rebajar la culpabilidad de los responsables, se aprecia un interés mediático en dañar lo más posible la imagen de la Iglesia y hacer recaer sobre ella una culpa general.

Benedicto XVI, desde que era presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha tomado como asunto personal el reparar en lo posible los males causados y buscar el origen. De igual modo ha pedido perdón públicamente y de manera oficial con una dura carta pastoral a los católicos de Irlanda por los casos concretos allí ocurridos. Al igual que en Estados Unidos, donde las diócesis asumieron la responsabilidad de indemnizar a las víctimas quedando varias de ellas en bancarrota.

Sin embargo, los medios se centran de forma casi única en los casos de la Iglesia cuando no son exclusivos de ella y ni tan siquiera mayoritarios.

En las recientes investigaciones ocurridas en Alemania se ha constatado que, en el período que abarca el estudio, se recibieron 210.000 denuncias por abusos sexuales en toda Alemania, de las cuales tan sólo 94 afectaban a miembros del clero o instituciones católicas, un 0,004%. La misma presidenta, Angela Merkel, advirtió del peligro de querer buscar un solo culpable cuando es un problema de toda la sociedad.

En nuestro mismo país y los del entorno los casos descubiertos han involucrado a maestros, guardias civiles, padres de familia, entrenadores deportivos, monitores juveniles, funcionarios de instituciones de custodia de menores y, sí, también en algún caso, miembros de la Iglesia católica.

Nadie ha pedido indemnizaciones millonarias al Estado por los hechos cometidos por funcionarios, o a las federaciones deportivas por las conductas de sus entrenadores. Tampoco se ha pedido la dimisión del director general de la Guardia Civil u otro alto cargo por estos temas, ni se cierne una sospecha generalizada sobre los karatekas, masajistas o maestros.

Y resaltar también la incoherencia que se da cuando educamos a los jóvenes en la libertad sexual. Campañas que promueven la masturbación, la iniciación temprana en las relaciones, la homosexualidad y prácticas variopintas son protagonistas de folletos y vídeos con los que se bombardea a los chicos en colegios e institutos.

La cuestión que se me plantea es: ¿Si el chico de 16 años que es incitado por el educador tuviera dos años más, estarían haciendo algo estupendo? ¿Lo malo es el acto o la edad de uno de ellos?

Si yo, valiéndome de mi autoridad o ascendencia sobre un menor, le convenzo para que juegue al tenis conmigo, el hecho no tiene ninguna trascendencia moral ni penal, aunque al chaval le repatee jugar al tenis.

Pero si le convenzo para que se acueste conmigo sí tiene trascendencia. Y si esto es así me resulta incomprensible que después de los 18 sea formidable lo que un año antes es el delito más horrible.

Esto viene al caso de que gran parte de los hechos ocurridos en la Iglesia no son los típicos casos de abuso de niños, sino relaciones homosexuales entre formadores de internados y seminarios con jóvenes de entre 12 y 17 años.

No pretendo restar importancia a los delitos ocurridos sino llamar la atención sobre el malintencionado esfuerzo que se está dando en dañar la imagen de la Iglesia.

Marcello Pera, senador italiano y agnóstico, lo advertía en una carta publicada en el «Corriere de la Sera». Es una guerra entre el laicismo y el cristianismo en la que se busca desacreditar a este último.

No sé si la teoría conspiratoria es razonable o no en este caso, pero la desigualdad de trato es claramente notoria.

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