La jaculatoria

21 de Abril del 2010 - José M. Gómez Tuñón (Oviedo)

(Vaya este escrito al viento como grano en busca de surco fértil).

Recientemente, dos mujeres hablaban entre sí, próximas a la iglesia de San Pablo, en Oviedo. Una decía: «Vengo a diario a misa y rezo la jaculatoria "Madre mía de Covadonga, sálvame y salva a España", porque, hija, esto está muy mal, y yo, cada día, más nerviosa». No escuché más. La señora ponía voz, sin darse cuenta, a una importante mayoría ciudadana.

Este convulso tiempo político que vivimos lo comparo a un río desbordado por efecto de mano ¿desconocida? que dinamitó a traición diques y compuertas. El agua liberada arrastró cuanto halló y de los rabiones salieron maltrechas familia, religión, justicia, educación, seguridad, economía, vida... y hasta la unidad patria, valores firmes en la evolución ética y regresivos para los creadores del nuevo orden divisorio. ¿Beneficio y perjuicio habrán ido demasiado rápido?

El cauce embravecido no perdona ni la inepcia lo controla. Los beneficiados, aquellos que, pasmados y ebrios del éxito inesperado, contemplaron y contemplan el espectáculo, como Nerón Roma ardiendo, temen por ser engullidos y lanzan un SOS agónico bajo amenaza de insolidaridad.

Es tiempo de hechos y no de palabras que charlatanes, con Ramonet al frente, entretienen y no resuelven. Este supuesto río se domina con voluntad, sapiencia y esfuerzo. Y es la sociedad, pero aquella que no quiere subvención y desea paz y prosperidad rescatando los valores que arrastra la corriente, quien se encargará de ello utilizando, además, la herramienta fundamental que consolida diques y compuertas y desposee de la confianza a quien usó mal de ella: el voto democrático.

Dicho esto, adelantémonos al trilero embaucador. Maneja como nadie 1) el voto ideológico; 2) el del zángano que va detrás de la limosna; 3) el de chantajista, maestro en trancar ruedas, y 4) el compasivo, voto irreflexivo y temerario que se otorga al dadivoso y mal gobernante pensando que rectificará en un nuevo mandato.

Luego ¿qué debemos hacer para salvarnos de la inundación y prevenir el porvenir? Rezar, sí; combatir, también; con fe, disciplina, trabajo, persuasión y amor con justo humanismo, que es suicida la excesiva bondad cuando están en juego valores irrefutable. Así, por ejemplo, es un deber la indisciplina contra la regla de San Ignacio: «En tiempos de turbulencia no hacer mudanza» si se teme que la turbulencia depare gobernante ciego conducido por los locos, parodiando al rey Lear.

Hasta aquí me trajo la vieja jaculatoria a la Virgen de Covadonga, cuya protección se pide para la España heredada de los Reyes Católicos, y no para una parcela de ella. Continuando en esta línea y porque vida sin asidero espiritual es rocódromo sin apoyos, sugiero que, aunque no sepa el padrenuestro o se diga ateo, no le importe, entre y hable con su conciencia en el silencio envolvente de una iglesia. Es tisana reconfortante, que no castrense, y luz que guiará el sentido honesto del voto. Se recuperarán posiciones perdidas y latirá un solo corazón.

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