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¿Arde Nôtre Dame o arde Europa?

21 de Abril del 2019 - Concha Masa

Toda la ciudadanía europea ha contemplado con consternación el incendio de Nôtre Dame de París.

Todos lo hemos sentido como una pérdida propia.

¿Por qué?

Porque es uno de los símbolos por antonomasia de nuestra cultura, de la historia de Europa.

En ocasiones como ésta se reavivan dos aspectos muy importantes que todos los europeos llevamos anclados en nuestro imaginario colectivo.

Por una parte, la Memoria, con mayúscula. La Memoria de una sociedad con una historia y con una cultura transmitidas de generación en generación, de café en café (por algo George Steiner considera los cafés un elemento genuino de la identidad europea), no sólo aprendida en los libros de texto, sino también heredada mediante la transmisión oral del debate y de la tertulia.

Por otra parte, el orgullo de ser europeos.

En Europa nos sentimos importantes.

Y lo somos.

Lo somos debido a nuestra larga historia, a las numerosas civilizaciones que han recorrido, conquistado e implantado su legado en cada uno de los rincones del territorio, a aquella Edad Media en la que el saber se transmitía de manera oculta en los monasterios, al Renacimiento, a la Ilustración, a los movimientos artísticos, filosóficos y científicos que han configurado nuestro acervo intelectual. Pero también debido a nuestras conquistas sociales, de las que no podemos menos que sentirnos orgullosos por situarnos actualmente en la zona del planeta con más derechos garantizados para toda la ciudadanía.

Sin embargo, ese orgullo de nuestra historia no puede conducirnos al menosprecio de otras culturas, tan antiguas o más que la nuestra, que, bajo sus propias características o condicionadas a otros tipos de sociedades, han tenido desarrollos paralelos.

Por eso, no podemos eludir el sano ejercicio de autocrítica que supone asumir la hipocresía de la sociedad europea cuando se rasga las vestiduras ante el incendio de una de las más hermosas y emblemáticas catedrales de Europa al tiempo que permite y sostiene la guerra y la destrucción implacable, tanto del patrimonio cultural como de miles de seres humanos, en lugares como Siria, Irak o Yemen, por citar solo algunos.

Parece que el europeo medio, alimentado por absurdos nacionalismos que se pueden adquirir a granel en los supermercados de la ignorancia -regentados por los Orban, los Salvini, etc-, pretende olvidar los expolios de la época colonial, así como los que aún en la actualidad padecen muchas poblaciones del Tercer Mundo. Un lavado de conciencia típico de quienes están acostumbrados a no mirar más allá de su propio ombligo.

En situaciones como ésta, cuando se remueven nuestros cimientos de ciudadanos europeos, seamos por una vez sinceros, justos y solidarios.

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