El club de los pésimos poetas
De algún modo me retrotrae al pasado. Una virtud del nacionalismo, inyectar tiempos pasados que fueron mejores como mecanismo articulador de sus políticas del presente de cara al futuro. En mi caso no es esa pasión ciega la que me atrapa, ¡por fortuna!
En una de las películas protagonizada por el actor ya fallecido Robin Williams, éste interpreta a un profesor de literatura, el Sr. Keating. En un momento de especial emoción logra extraer lo mejor como poeta de uno de sus alumnos (Ethan Hawke), dicha virtud se halla oculta por la coraza de la angustia, su poder hace que su autoestima sea baja. El Sr. Keating quiere que la faceta poética del alumno sea expuesta, desvelada delante de sus compañeros de clase. Ejerce su autoridad como profesor haciendo crecer al alumno. Lo hace separándolo de los demás, lo abstrae, para ello le cierra los ojos y le suplica que se centre en sí mismo, que haga un ejercicio decidido de introspección y acuda a la raíz misma de su yo. La negativa inicialmente persiste, no es fácil de doblegar, el alumno no ha sido vencido para la causa de la recitación poética. Acude a una nueva artimaña, le sugiere una frase de inicio: "el tío Wolff...", una escalera de acceso que una vez iniciada le sirva de inercia para poder alcanzar su mejor versión, vendría a ser una especia de fuerza catártica que le conduce a lo más puro, a lo más real, a lo más auténtico. "De dientes sudorosos..." comienza el angustiado alumno, la sorpresa es generalizada, la de él, la del profesor, la de sus compañeros o público que asiste a lo mejor de un hacer poético desvelado como bello. La estética de raíz griega se materializa. El asombro es mayúsculo. Su yo se eleva y su autoestima al ganarse el reconocimiento de sus compañeros por méritos propios. Se gana un sitio de privilegio en el Club de los Poetas Muertos.
Pero a lo que vamos es a otro asunto. El tuit de la Sra. De Gispert. Es el mismo procedimiento que más arriba hemos descrito, si bien el resultado es otro. Girauta, Arrimadas, Maillo, Dolors Montserrat con sus críticas se amoldan a lo hecho en su aula por el Sr. Keating. La espolean con sus críticas y lo que finalmente extraen es su verdadero yo, está vez en las antípodas de la buena poesía, al menos en el sentido griego asociado a la belleza. Lo que aflora es un yo primitivo, simple, rancio, de escaso recorrido pero de contrastada eficacia para mantener sus privilegios y la de sus correligionarios. Asoma el insulto, la metáfora fácil e infantil del que vive pertrechado de odio, en ocasiones disimulado, en ocasiones explicito. Como resultado el asalto merecido por su compromiso con una parte de los catalanes a la Cruz de Sant Jordi.
Realmente esto parece el mundo al revés. Siempre creí que el reconocimiento público iba asociado a los méritos vinculados con el saber, el esfuerzo, la razón, el hacer que nos enriquezca como personas, que nos haga mejores. Pero veo que estoy en el error. Al menos puedo decir que sé reconocerlo.
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