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La asistencia en el suicidio y la eutanasia no son cosas de médicos

11 de Mayo del 2019 - Ángel García Prieto

Como en el ámbito de la opinión pública están de nuevo planteándose cuestiones relativas a la eutanasia y la ayuda al suicidio, me parece oportuno exponer al conocimiento de los lectores aquello que desde esa perspectiva realmente atañe al papel del médico y cuál no es propia de dicho facultativo.

Así, acudo al Diccionario de la Lengua Española, que afirma que el médico es “la persona legalmente reconocida para profesar y ejercer la medicina”, y además añade el término medicina como la “ciencia y arte de precaver y curar las enfermedades del cuerpo humano”. Desde esta perspectiva tan sencilla, que deriva de la propia definición del diccionario, ya se puede entender cómo otras actividades cuyo objeto y fin fuese la complacencia o el interés ajenos a la prevención, cura o cuidado de la enfermedad, no son actos médicos. Y por lo tanto no les competen.

El médico como tal debe llevar a cabo actuaciones que tengan como fin la curación o cuidado del paciente, pero otras como puedan ser abortos, suicidios asistidos, esterilizaciones u otras similares, en las que no haya una finalidad ni pretensión curativa, ni paliativa, no deben ser competencia médica.

Desde principios del siglo pasado en alguno de los estados de USA se aprobó legalmente la esterilización eugenésica y esa idea llegó al colmo de la perversa obsesión nacional en el régimen de Hitler, con decenas de miles de esterilizados, y por cierto, con varios médicos fusilados por los nazis al negarse a colaborar con ellos en la Holanda ocupada, por tomar un ejemplo no muy lejano. Si una demanda social de esas u otras características similares llegase a darse ahora, lo lógico sería que fuese realizada por personas con competencia y preparación, sí, pero no por médicos, porque los médicos no estamos para eso. Como no lo estamos tampoco para torturar, sonsacar, debilitar voluntades, clonar personas, fabricar híbridos o cualquiera de las diversas posibilidades o fantasías que se puedan desear para manipular al ser humano.

De modo que el médico debería alegar, además y antes de la objeción de conciencia, también la objeción de competencia, pues lo que no sea curar o cuidar no le incumbe.

Antes hubo en las sociedades que nos precedieron verdugos, encargados de ejecutar las penas de muerte. Si de nuevo se plantease la necesidad o conveniencia de llevar a cabo una muerte programada, se necesitarán personas que lo hagan, pero los médicos no deberían en absoluto tener esa función.

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