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El párroco Pochi

12 de Mayo del 2019 - José Viñas García (Oviedo)

Es cierto que existieron curas a lo largo de los años que dejaron huella en multitud de pueblos. Todos podemos observar desde hace años el aburrimiento y empalago de las buenas gentes con fe que siguen acudiendo a las iglesias. Donde los curas se repiten hasta la saciedad, son meros leedores de misales de carrerilla con pesadez absoluta. Sin importarles los oyentes, que se aburren como ostras. No es la palabra de Dios, ni la originalidad del orador, solo leen matracas insoportables. No son capaces de sacar algo de creación propia. No se trata de diversión solamente, las personas saben que están en una iglesia, su parroquia, ante la casa de Dios, pero esta no debe convertirse en plagio repetitivo de todas las demás. Las convierten en santuarios solo para el cura. Los creyentes pueden repetirse de memoria cada sermón que escucharán más tarde al cura de turno, da igual de la parroquia que sea. Cada salmo es machacón, reiterado y periódico. La imaginación y la innovación cuando vas a la iglesia se deben dejar en casa, estar dispuestos a escuchar y aguantar las mismas cantinelas. Los tiempos y la capacidad para no tragar ruedas de molino cambiaron enormemente. Incluso la fe necesita de matices, el seguir con insulsos sermones es matador para el espectador y contraproducente para la Iglesia.

Me da la impresión que la Iglesia católica se cree que Dios es sordo y torpe de entendimiento, que hay que repetirle rezos, súplicas y perdones para que les escuche.

Por eso, señor párroco "Pochi", le animo a seguir con su enorme capacidad de innovación, humor y esa forma de enseñar y catolizar con originalidad. Sobre todo a la hora de tratar con niños. Se de usted por una nieta que hará la comunión el próximo domingo y por el artículo de LA NUEVA ESPAÑA. Un saludo.

Recuerdo acudir a un funeral en Mieres (San Pedro Apóstol) y otro en su parroquia, en ambos casos salí reconfortado de la forma y manera con la que se dirigieron ustedes a los seres queridos, los sermones fueron para enmarcar por ese acercamiento al dolor, esa introspección sobre la vida y la muerte, donde con humildad, cariño, claridad e inteligencia dejaron boquiabiertos a todos. No sabría explicárselo mejor que la sensación de satisfacción por entrar a escucharles, ya que no suelo entrar casi nunca a la iglesia salvo que me vea obligado por respeto al fallecido o por responsabilidad personal si así lo interpretara.

Un fuerte abrazo, siga por ese camino, la Iglesia necesita de curas así.

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