Eduardo Alonso

26 de Mayo del 2019 - Ricardo Luis Arias (Aller)

Volver a Murias siempre resulta grato porque en este gran pueblín del Valle del Río Negro uno se hizo allerano en 1926, como aquí hemos visto (“Murias”, 2 de diciembre de 2017), conociendo la montaña por primera vez y toda esa fascinante belleza del medio rural. Por lo tanto, Murias juega un papel muy importante en la vida de uno, lo que me place recordar una vez más aquí. Recuerdo que es extensivo a toda la buena xente que aquí conocí entonces, como el famoso Carlones, un culto hombretón con un sentido del humor disparatado; Felipe el de Carrecima, que conservaba un sable y un capote militar que el brigadier Solís había regalado a su padre, y aquella gran mujer, buena y hacendosa que fue Salustiana, madre de Carlitos, toda una figura de la canción asturiana. Años más tarde lo sería también mi amigo Jaime Caleya.

Sí, volver a Murias siempre resulta grato y agradable, sobre todo si caes en una tertulia amena y entretenida, como nos ocurre esta vez. Con la formación y educación transmitidas generacionalmente de padres a hijos de la famosa colegiata del Brigadier Solís, que es el tema de esta tertulia. De perpetuar su recuerdo en Murias de alguna manera, empresa en la que tiene que implicarse todo el pueblo liderado por la Asociación de Vecinos, la riqueza que tiene Murias, tanto en este sentido como en otros, lo plasmó muy bien el escritor Eduardo Alonso en un gráfico colocado a la entrada del pueblo. Como en LA NUEVA ESPAÑA hemos comentado en más de una ocasión, y esta tertulia cayó muy bien, la reivindicación de Solís podía consistir en erigirle una estatua bien a pie o a caballo teniendo en cuenta que fue un militar que destacó y fue una importante y heroica figura en el Virreinato de Nuevo México, allá por el siglo XVIII. A su heroica figura militar obligado es añadir la fundación de la Colegiata, que tanta cultura y saber expandió no sólo en Aller sino a todos los concejos limítrofes. Si la colegiata, fundada y sostenida por el brigadier Lorenzo Solís, no lo ha sido menos su profesorado, el mejor cualificado en Latín y Humanidades, al que seguirían los famosos “Dómines”, como D. Genaro, al que conocimos e interviuvamos.

En aquella tertulia en Murias conocimos a un hombre que un día emigró a Bélgica y allí hizo historia de honradez y trabajo durante 34 años. Se llama Senén Bayón y es una persona seria y responsable con una larga experiencia de vida adquirida en ese país de Centroeuropa. Allí dejó Senén un buen recuerdo. Y de Murias es también un ilustre personaje que, inexplicadamente, apenas es conocido en el resto del concejo allerano.

Y es Eduardo Alonso toda una personalidad en la enseñanza universitaria y como escritor con un buen número de libros publicados, a lo que él no da importancia alguna porque es un hombre con un gran bagaje humano, sencillo y bonachón, todo un ejemplo de hombría de bien. Todo ello da lugar a que, conocer a Alonso, surjan simultáneos el aprecio y la amistad. Y este conocimiento se lo debo a mi buen amigo Pepe Valle, un caboranense que un día echó su ancla en Oviedo. Y allí ejerce el mejor alleranismo.

Eduardo Alonso, del que se puede decir que se hizo a sí mismo, es una personalidad en Valencia, en cuya Universidad ha sido catedrático, al igual que su esposa, y hoy lo es también su hija. He aquí una familia que se puede calificar como universitaria, fundada por un allerano de Murias. Que si bien discurrió su vida en Valencia, Murias siguió siendo su terruño. Ahora, después de jubilado, el invierno lo pasa en su casa de Valencia y el verano en su casina de Murias, la de sus padres, que orgullosos estarán de este hijo, desde su eterna mansión. Por cierto, que Alonso es hijo de minero y en él se cobró el carbón su tributo.

Eduardo Alonso ha venido a pasar la Semana Santa a Murias, y regresará en junio, dejándonos su último libro publicado: “De acá para allá”, un libro no venal que reúne once relatos viajeros, de una gran calidad literaria, muy suya, de este ilustre intelectual allerano que no puede seguir siendo un desconocido en su tierra.

Ricardo Luis Arias

Aller

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