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Al alcalde de Cudillero

11 de Abril del 2010 - Diego Ribeira López (Cudillero)

Lamento no haber encontrado otro medio más privado de dirigirme a usted. En verdad es un fastidio esto de tener que cuidar el estilo por la certeza de que habrá leyendo más que un par de ojos de alcalde. Pero sé que vale la pena, y por dos razones vale. Primero, porque ha quedado claro que mi correspondencia privada, la otra, la que no ha llegado a sus manos –o bien ha llegado pero quedó encajonada–, ésa, no la ha leído. Segundo, porque también ha quedado claro que sus decisiones son más rápidas y firmes cuando las cartas se exponen in publicum. Quiero decir que las semanas siguen pasando y aún no he tenido respuesta a mi correspondencia privada. Sin embargo, dos días después de mi primera carta pública (cuyo título rezaba «Ayuntamiento de Cudillero o elogio de la incultura»), usted decidió prescindir de mis servicios como profesor de español para inmigrantes. Qué duda hay de que usted es mucho más expeditivo cuanto más público es el verbo que lo acomete. Así que en lo que a mí concierne, será un placer dirigir todas mis futuras cartas a través de este medio. Tendré que cuidar más el estilo, es cierto, aun a sabiendas de que algunas ráfagas serán para usted ininteligibles –como ésta–, pero al menos sé que tengo asegurada una respuesta. Es que padezco cierto complejo comunicativo, compréndame...

Y ya basta de prolegómenos; permítame, ahora sí, ir al motivo de la presente. Recordará que en mi primera carta (la pública, la de la incultura) reclamaba no sólo un mayor compromiso por parte del Ayuntamiento en relación con mi actividad educativa, sino también el pago de mis servicios. Pues bien, sobre mi primer reclamo ha quedado ya todo resuelto: el Ayuntamiento decidió suspender las clases de español para inmigrantes. ¡He aquí el compromiso! Y sobre el segundo reclamo, podría decirse que mi indignación ha dado paso, poco a poco, a una lúcida contemplación. Digo lúcida porque la calma conviene al pensador, y esta contemplación presente me permite que las preguntas (pensar es preguntarse) se abran paso solas, libres, sin el obstáculo de la ciega indignación. Y entonces me pregunto: ¿qué ha sido de ese dinero? ¿Dónde se ha perdido ese supuesto gasto del 2009, que a cuatro meses del 2010 sigue sin aparecer? ¿Por qué nadie me ha pedido, como otros años, que presente mis planillas de asistencia firmadas por los alumnos? ¿Es que el Ayuntamiento no piensa presentar dichos documentos para justificar el subsidio cobrado? ¿Y qué dirá la Consejería si el Ayuntamiento no justifica ese gasto? ¿Acaso mentirá el Ayuntamiento diciendo que se usó, cuando no se usó? ¿Volverá la Consejería a subsidiar actividades que no son finalmente remuneradas? ¿Sabe el alcalde que la sospecha de corrupción será la primera de las sospechas? ¿Se ha hecho el alcalde estas mismas preguntas? (Preguntarse es pensar. No, definitivamente).

Y qué arduo es pensar, cuántas preguntas engendra. Tan harto estoy de preguntas, que ahora mismo no me vendrían mal algunas respuestas. ¿Quién se ofrecerá tan cortésmente a dármelas? ¿Acaso usted sería tan amable? ¿Sería tan solidario conmigo, que se animaría a responder a mis preguntas? Preguntas, Dios mío, sigo preguntando, y si pregunto dudo, y si dudo pienso, y si pienso exijo. Sí, pido perdón por esta abierta violación del Cogito, pero hoy la frase será diferente: yo pienso, luego exijo respuestas, eso exijo.

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