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El derecho natural como defensa de la vida

20 de Abril del 2010 - Aquilino Saúl Torga Llamedo (Oviedo)

Es preciso reconocer que nuestra sociedad sufre el menoscabo de una alarmante crisis de valores como consecuencia de que el hombre ha perdido el rumbo, al tiempo que sus ideas, creencias y valores están desordenadas, navegando en un medio sin horizonte y con escasas posibilidades cercanas de apoyo. Hoy, el vivir de cada día está basado en «el todo vale», imperando que lo que conviene es lo bueno, lo verdadero, sin respetar –y mucho menos ni tan siquiera plantearse– todo aquello dictado por el derecho natural, que es bueno intrínsecamente. Todo esto conduce a una civilización basada en el placer de los sentidos, que se nos antoja como antesala de una decadencia. Entre los distintos valores perdidos, como principal de todos ellos, está el derecho a la vida, que se ha relativizado para ser cuestionado al principio de la vida con el aborto y al final de ella con la eutanasia.

Existen corrientes de pensamiento que tratan de hacer distinción entre el ser humano y la persona humana, para reconocer seguidamente que el derecho a la vida y a la integridad física sólo competen a la persona ya nacida. Como fácilmente se advierte, esta postura es una falacia, una distinción artificiosa sin fundamento científico ni filosófico, ya que ser persona pertenece al orden ontológico; se es persona o no se es, teniendo en cuenta que la posesión de un estatuto personal no se adquiere o se disminuye, sino que es un evento instantáneo y una condición radical; no se es más o menos persona.

En el texto de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, en su artículo 1.º dice que todos los seres humanos nacen libres; y en el 2.º, que todo individuo tiene derecho a la vida, libertad y seguridad. Pero en todo el articulado no se hace ningún tipo de mención al no nacido, que también tiene derechos.

Respecto al momento en que se es persona humana, existen varias teorías: Francis Crick, premio Nobel de Medicina en 1962, y sus colaboradores sostienen que la entidad resultante de la concepción no es una persona humana hasta algún tiempo después del nacimiento; otros opinan que el feto llega a ser humano en el nacimiento, mientras que otra corriente de opinión dice que la viabilidad del feto marca el comienzo de la persona humana; Jerôme Lejaune, médico francés, llamado el «padre de la genética moderna», dijo a los legisladores: «Aceptar el hecho de que después que se ha realizado la fecundación un nuevo ser humano ha llegado a existir, y ya no es un asunto de gusto u opinión, es una evidencia experimental clara».

Desde la fusión del espermatozoide con el óvulo se produce la procreación de un nuevo ser humano, por lo que desde ese momento tiene plena dignidad humana y, por tanto, pleno derecho a la vida. Por ello, no tiene sentido empecinarse en negar la evidencia tratando de marcar etapas artificiosas de humanidad, cuando esa condición ya se tiene desde el mismo momento de la fecundación al ser heredada de sus progenitores.

No puedo entender cómo a un ser vivo, totalmente independiente del genoma de la madre, por haber recibido la justa carga genética humana de sus padres, se le tratan de buscar fechas de humanidad. Ello no tiene sentido y todos los razonamientos y argumentos que se vienen aduciendo obedecen a tratar de justificar interrupciones de embarazos no deseados. Con ello el acto quirúrgico queda despenalizado del ordenamiento jurídico, pero inexorablemente a la madre se le va a generar más angustia y remordimiento, por el resabio de su propia conciencia, en base al derecho natural.

El administrador diocesano de Valladolid, en las exequias fúnebres de Miguel Delibes, citó lo más florido del pensamiento humanista del llorado autor «que a través de su vida hizo una condena reiterada del aborto, defendiendo cualquier brizna de vida humana, sin ocultar la dimensión trascendente del hombre».

Al día siguiente, el socialista José Bono, presidente del Congreso de los Diputados, expresó su sacrificio a votar afirmativamente la ley del aborto, «ya que éste no es un bien, ni un derecho; es un mal». De este modo manifestaba públicamente su repugnancia a la ley su señoría, que votó, por razones distintas de las de su grupo, según su conciencia.

El término «derecho» viene conservando su significación primigenia como «recto» o «rectitud», entendiendo como tal todo aquello que está conforme a la regla, norma establecida, o lo que no se desvía ni a un lado o al otro; se trata, pues, de un conjunto de leyes que regulan la conducta de los hombres, con objeto de establecer un ordenamiento justo de convivencia humana. El derecho subjetivo viene a relativizar al hombre frente a la norma.

Otra cosa distinta lo será el llamado derecho natural, emanado de la propia naturaleza del hombre y considerado como regla de conducta y de recta razón, que nos va a servir de indicador de la bondad o torpeza de una acción, según su conformidad con la naturaleza racional. Desde el derecho natural, toda ley permisiva de aborto es nula e ilícita por atentar contra la vida.

El derecho a la vida debe protegerse siempre, desde el momento de la concepción, y ningún ordenamiento jurídico es justo sin tal respeto. Aquellos pueblos que transgreden el derecho natural se ven abocados inexorablemente a no perdurarse en el tiempo ya que la decadencia de las civilizaciones coincide con la falta de respeto por el injusto orden legal de tal derecho. Entre los derechos fundamentales del hombre figura como primario el derecho a la vida, en base a la libertad, que no podría subsistir sin el respeto a la propia vida.

Para algunos progresistas abortivos la vida del ser humano no nacido es menos importante que la de la madre, toda vez que los derechos de ésta priman sobre los del feto. En base a esta mayoritaria opinión pública, la dignidad de los seres humanos se establece teniendo en cuenta la edad de los contendientes, y así los no nacidos, al carecer de ella, sufren los ataques furibundos de los legisladores, como así fue votada por mayoría en el Congreso la nueva ley del aborto.

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