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Precisión, flexibilidad y expansión de la lengua española

21 de Junio del 2019 - José María Casielles Aguadé

Hay que reconocer como esenciales estas cualidades, entre otras muchas de nuestro idioma, que constituye uno de los más preciados tesoros de España, no suficientemente estimado en cuanto se merece.

La guardia corre a cargo de la R.A.E., y los cuidados se los hemos de procurar todos los hispanohablantes, con la práctica habitual de consultas al diccionario, tanto por las dudas ortográficas como las semánticas. La “precisión” implica exactitud, claridad, rigor semántico de las palabras, que garantizan descripciones perfectas. Siguiendo ese criterio es oportuno recoger algunos significados que ofrece el diccionario sobre términos lingüísticos, cada día más confusos para los ciudadanos, por la manipulación de la que han sido objeto:

Idioma: lengua nacional moderna, usada por un Estado o nación.

Idiolecto: forma característica que cada hablante da a su lengua.

Dialecto: manera de hablar en un determinado territorio. Modalidad y conjunto de características adoptadas por un habla, que no ha llegado a constituir un modelo de lengua común. Cualquier forma de expresión, en relación con la lengua de la que común. Cualquier forma de expresión, en relación con la lengua de la que procede. (Así el asturiano y el leonés, que son dialectos del latín).

Bables: dialectos asturianos. Conjunto de hablas no unificadas, pertenecientes al área astur, cántabra y leonesa.

Habla o fabla: manera peculiar de expresarse una colectividad, en un tiempo determinado. Conversación o relato sin normas gramaticales precisas.

Por otra parte, no se puede negar que el lenguaje es un componente de la nación, pero no son términos intercambiables ni condicionantes. Hay naciones, como Suiza, con varias lenguas oficiales, y hay lenguas, como el español, que son plurinacionales (en 20 países). Es más, y ahora vienen las paradojas: nacionalistas de diversas procedencias han conspirado contra su propia nación, con instrumentos lingüísticos. Esto ha sido y es patente en España, y lo ha sido también en otros muchos países del mundo: Francia, Inglaterra, Canadá y multitud de estados americanos. Las ambigüedades de las lenguas se han utilizado como tóxicos políticos letales. Sigamos valiéndonos de los diccionarios, como contravenenos.

Nación: conjunto de gentes vinculadas políticamente y organizadas en Estado. Territorio de dicho Estado, con historia y cultura comunes; con fronteras, leyes y ejército, también comunes.

Nacionalismo: doctrina política, que exacerbando un sentimiento nacional propugna la independencia de una región o comunidad, o la extensión de sus dominios. Hablando en plata, nacionalismo y nación pueden ser presentados como términos antagónicos, tras una conspiración política.

Si nos centramos ahora en la “flexibilidad” del idioma español; es decir, en su falta de rigidez –que también tiene sus inconvenientes– nuestra lengua se muestra como el tallo de la planta de trigo frente al viento: se inclina y cimbrea; pero no se rompe. El español es bastante permeable a términos extranjeros, que digiere y asimila con facilidad. Así, en diccionarios de la lengua española podemos encontrar como propias palabras del tenor de:

Cuate: hermano gemelo (México).

Vaina: calamidad o inconveniente. En Santo Domingo (R. D.) corre un dicho divertido sobre el matrimonio, que lo compara con el árbol nacional “flamboyant” (Fr.); es decir, “llameante”, por sus hermosas flores rojas: “el matrimonio es como el flamboyant; primero vienen las flores (noviazgo) y después las vainas (frutos), es decir, las desavenencias e inconvenientes”.

Guarandinga. Se dice en la región que bordea el lago Maracaibo (Venezuela), con significado similar al dominicano de vaina; es decir, inconveniente, fastidio, calamidad, y en Venezuela saben bien ahora lo que es eso, con la política que sufren, no sólo en Barquísimo, sino en todo el país.

Milonga: es un baile argentino con mucho vaivén. La palabra también se emplea para calificar indecisiones, como en: “No me vengas con más milongas”.

No se entiende muy bien la pródiga adopción de extranjerismos innecesarios (estén o no modificados al incorporarlos al español), así:

Chofer: del francés “chauffeur”, que tiene equivalente español en “conductor”.

Garaje: (Fr. “Garage”); puede y debe llamarse en español, “cochera”, y es otra concesión ociosa al extranjerismo.

Fed-back: (Ingl); no es otra cosa que “retroalimentación”.

Si nos vamos ahora a las infiltraciones dialectales, continuamos con la diversión:

Mosén: deriva del catalán “mossen” y tiene otro sinónimo en el término “monseñor”, lo que manifiesta el gusto por dar vueltas a la noria sin obtener mejor agua.

Meiga: (del Lat. “magicus”) y utilizado en Galicia para referirse a las brujas. Recuérdese el dicho popular: “No creo en meigas, pero habelas haylas”·.

Reflexionando sobre la benevolencia de la R.A.E. en la adopción de términos más o menos extraños, tal vez sería posible liberarse del acoso dialectal, aceptando de cada uno de ellos, un simple puñado de términos con verdadero significado específico, y nada más; es decir, términos que añaden expresividad o contenido a otros similares del español oficial. Como ejemplo paradigmático, podría proponerse el término “babayu”, que procede del bable, y se emplea para calificar a un individuo tan tonto que se le cae la baba como prueba evidente de estulticia. Es obvio, que en español puro no tiene equivalente, y de hecho no figura en el diccionario hispano. Todos los que estudiamos el Bachillerato del 38 recordamos la gramática histórica y estimamos que los intentos de resucitar los dialectos como idiomas, son tan absurdos como pretender revivir a los dinosaurios, a través de los estudios de Paleontología. Nadie duda de que la resurrección de los dialectos crearía puestos “inútiles” de trabajo. También la creación de aparcamientos de madreñas en Asturias y Galicia. ¿Quién puede discutirlo? Pero, ¿es una razón para oficializar las madreñas?

Por último, en cuanto al potencial expansivo del español (rechacemos “castellano”, que busca la equiparación y el codeo dialectal), es evidente. Los hispanohablantes sumamos más de 575 millones, con una elevada tasa de crecimiento anual, que predice los 700 para el año 2050. El español es la tercera lengua mundial, tras el chino y el inglés, la segunda en internet, y la segunda en hablantes nativos (400), por delante del inglés con 360. En Europa se estiman unos 46 millones, y en USA 53. Después del lamentable episodio del “brexit”, la lengua española debe priorizarse aún más en Europa y en el mundo.

José María Casielles Aguadé

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