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No a la impunidad eclesial

9 de Abril del 2010 - Miren Vilella Arriortua (Cudillero)

Están corriendo ríos de tinta respecto a la actitud de la jerarquía católica entre los casos de pederastia y otros que han ocurrido y/u ocurren en su seno clerical. No es para menos y más después de escuchar las últimas declaraciones del Papa, que ha expresado su confianza en el Todopoderoso para que otorgue fuerzas ante las «murmuraciones» que sufre la Iglesia, y él en particular. Provocan irritación y, luego de templar el ánimo, vergüenza ajena, las manifestaciones de los jerarcas españoles que pretenden escudarse tras supuestas tramas conspirativas y culpar a la sociedad de querer obviar, de este modo, la palabra de Dios. Y luego de hacer distingos «evangélicos» entre pecado y pecador, la Iglesia católica o, mejor dicho, sus prelados, se muestran entristecidos por decir padecer daño por culpa ajena, de tal modo que pretenden hacernos creer que las singularidades y verdaderas víctimas son ellos y, por ende, la religión católica, incluso valiéndose, a modo demostrativo, de los datos de unas presuntas estadísticas que, de ser ciertos, no son menos abyectos.

El «victimismo» es un método táctico utilizado en múltiples ocasiones por personas e instituciones, con éxitos frecuentes, cuyo fin es ocultar defectos, deficiencias, ideas u objetivos indeseables, confiando en la compasión de los propios y ajenos, salir así reforzados en sus convicciones verdaderas o fingidas, e incluso conseguir atraer hacia sí a la gente cándida.

Cándidos somos casi todos, en mayor o menor grado, pero hasta la candidez tiene sus límites. La jerarquía católica ha traspasado la línea roja, la que separa lo admisible de lo intolerable. Y los tiempos en los que ostentaba un poder omnipotente han quedado para la Historia, en algunas ocasiones de triste memoria por implacable e incluso sangrienta.

Ya no nos pueden confundir con la dicotomía enrevesada y torticera: pecado/pecador, víctima/verdugo, ni deberíamos consentir que sigan impunes al amparo de su derecho canónico para encubrir al pecador y ayudarlo a escapar de nuestro derecho civil y penal.

Las verdaderas víctimas son aquellas que sufren, tanto tiempo calladas, los abusos de todo orden perpetrados por unos delincuentes ocultos tras la sotana o un alzacuello. Unos creen que caerá sobre ellos el castigo o perdón divino en el otro mundo. Pero para creyentes y no creyentes, que caiga, en este mundo, sobre ellos, todo el peso de las leyes humanas. Y que nosotros lo veamos.

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