El lapsus dicotómico de Trevín
El gran dilema de Trevín, llegada la hora ditirámbica de elevar el arrebato final hasta la sublimación, es a qué personaje, de la vieja cúspide del socialismo doméstico, ha de glorificar sin que ello le suponga una quiebra importante en su ya decadente prestigio. Por un lado, Javier Fernández, su otro yo inerte y anodino pero con menos recursos interpretativos, goza de la misma ortodoxia que ilustra el credo político, carente de cualquier atisbo ideológico, del sofista pindárico, Felipe González. Tiene en su contra, el todavía Presidente, la quiebra de credibilidad institucional después de haber incumplido con malas artes los compromisos estrella de investidura y haber arruinado temporalmente la organización que más tarde ayudaron a componer sus bases a pesar de la fortaleza fáctica de la vieja guardia. No parece, pues, nuestro bienamado Presidente un actor político por quien merezca la pena pillar un constipado.
Por otro lado, Guillermo Martínez Suárez, consejero de Presidencia y Participación Ciudadana, reúne, a su entender, todas las cualidades que adornan una trayectoria dedicada a vivir de lo público. Buen muchacho y mejor gregario, licenciado en Geografía e Historia además de otras instrucciones menores ilustradas por la UNED. Un bagaje académico y profesional de la cosa pública que don Antonio Trevín ensalza hasta el delirio. Ese estilo hiperbólico que de tanto abrillantar deja traslucir, debajo del dorado, la verdadera esencia de la vulgaridad con un tufillo reminiscente de otra época no muy lejana.
El lapsus dicotómico se evidencia cuando Trevín le pone al personaje mitológico, por lo fabulado de la narración, nombre propio del consejero y apellido del presidente. Que ellos se repartan el panegírico, parece decir un subconsciente muy dado al cantar de gesta. No sé si la razón puede explicar el mecanismo último de la asociación de ideas cuando esta pertenece a dos seres distintos, en casi todo, por muy simbióticos que hayan sido sus destinos. Lo que sí deja traslucir el escrito con total nitidez es un proceso delirante creciente, un estado emocional próximo al paroxismo que da pie y forma a esa meta-alabanza gratuita de la cultura católica que impregna a los personajes elogiados de una melaza que resulta desagradable incluso para las moscas. ¡Buen trabajo, Guillermo Fernández!
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