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Prevención de incendios forestales

7 de Julio del 2019 - José María Casielles Aguadé

Bajo el punto de vista técnico, todos los científicos coincidimos en que el tratamiento de la quema de los bosques comporta cuatro facetas esenciales: prevención, detección, intervención y reparación del medio.

La prevención, que es fundamental, implica la consideración de los factores favorables a la acción del fuego: altas temperaturas (próximas a 40º C); noches sin rocío; desecación de los suelos (menos del 20% de humedad); escasez de agua; alta inflamabilidad o igniscibilidad de determinadas especies arbóreas, que el ingeniero de Montes García Dory, de entrañable memoria, evaluaba así: 2,73 para el pino insigne (Pinus insignis); 2,67 el eucalipto (E. Globulus), muy difundido en Asturias; 2,58 el pino negral (P. pinaster); 2,27 el pino carrasco (P. alepensis); 1,67 el pino canario (P. Canariensis); 1,45 el pino silvestre (P. silvestris); 0,66 el pino piñonero (P. pinea); 0,28 el pino laricio (P. nigra); 0,22 el alcornoque (Quercus suber); 0,08 el roble (Q. robur), y 0,01 para la encina (Q. ilex). Otros factores son la insuficiente vigilancia forestal –no por descuido o negligencia, sino por falta de personal suficiente– y la ausencia de limpieza de los matarrolaes del sotobosque; mal entendimiento de la economía.

Hay que considerar también que los riesgos de incendio aumentan con la inclusión o proximidad de urbanizaciones a las áreas boscosas, y con la presencia de las máquinas agrícolas en las labores de secano (producción de chispas en motores o escapes). Son conocidos como factores de riesgo de incendio los descuidos de los excursionistas, que dejan en el monte, cristales o colillas, y cocinan al aire libre barbacoas y paellas. Tampoco hay que descartar factores naturales, como los miles de rayos que acompañan a las tormentas de verano. Todo ello exige la preparación y coordinación “anterior” de planes de prevención y programas de extinción a nivel de ayuntamientos, comunidades autónomas y del Estado, que han de plasmarse en disposiciones legales y protocolos de intervención precisos, con determinación expresa de parques de bomberos próximos, bases potenciales de helicópteros –incluidos campos de fútbol locales dotados de iluminación nocturna– y selección de embalses (1.200 en España) para la recarga de los hidroaviones.

Los expertos coinciden en que la norma básica es: “Si quieres evitar el fuego, no lo alimentes”, y esto debe concretarse en cosas tales como la limpieza del bosque –eliminando hierbas altas y ramas bajas– para evitar la progresión vertical del incendio; la protección de las urbanizaciones próximas a zonas forestales, con una banda deforestada de 300 metros, y otra compleja serie de medidas semejantes a ponderar en cada caso: proximidad de gasolineras, colonias de verano, cercanía o no de instalaciones sanitarias, etcétera.

En un ámbito más amplio, la prevención incluye la creación de centros universitarios de investigación de incendios forestales; la disponibilidad de medios adecuados de lucha contra el fuego, tanto en efectivos técnicos humanos –digámoslo claro, con plantillas suficientes de personal fijo altamente cualificado– como con medios materiales modernos y eficaces; el diseño de estrategias específicas locales; los programas de formación y las inversiones consiguientes, que nunca deben ser menores que los números rojos producidos por las pérdidas económicas del año anterior. No hay que descartar la gestión y aplicación de fondos europeos, como los del programa ERAS, y, por supuesto, la ágil coordinación entre todas las comunidades autónomas.

La detección precoz es igualmente esencial: puede recurrirse a detectores de rayos infrarrojos provistos de emisiones automáticos de alarma; torres de vigilancia asistida y al seguimiento por satélite en órbita geoestacionaria “Meteosat” de Segunda Generación (MSG), cuyos datos se registran y procesan ya, “en tiempo real” por el laboratorio de Teledetección de la Universidad de Valladolid (LATUV), que permite evaluar la superficie del incendio, su superficie y localización exacta, así como la temperatura y la energía liberada en megavatios, es decir, un instrumento verdaderamente formidable. En cualquier caso, es importante que la vigilancia sea constante –día y noche– y que “la alarma y respuesta sean rápidas”. El MSG fotografía España cada quince minutos, suministrando datos esenciales para aplicar eficazmente las tácticas de tratamiento, que deben estar “previamente diseñadas”.

La intervención debe ser “inmediata e intensiva”, con medios humanos muy cualificados y equipos tecnificados –helicópteros pesados, hidroaviones “Canadair” operando desde embalses predeterminados, empleo de retardadores de fuego, etcétera– de forma que pueda sofocarse rápidamente el foco primario ya que si éste toma incremento se potencia la creación de focos secundarios por “saltos de fuego”, que son propiciados por pequeñas ramas incendiadas o pavesas, elevadas por las corrientes de convección y posteriormente dispersadas por el viento. Estos “saltos de fuego” pueden alcanzar de 200 a 300 metros, cuando el foco primario afecta a 50 Has., y el viento es superior a los 40 Km/h. No son raros saltos de fuego de 1 km y excepcionalmente se han registrado alguno de más de 15 km en Portugal y de 20 en Australia. Tales saltos –ciertamente excepcionales– cuestionan en alguna medida la eficacia real de los cortafuegos en situaciones críticas; así como la creencia generalizada de que la multiplicidad de focos comparta incendios intencionados, lo que no siempre es cierto. Las estrategias de intervención han de considerar la peligrosidad de los focos secundarios, los traicioneros cambios del viento y evidentemente el “efecto chimenea” de los valles encajados, que hacen progresar rápidamente el incendio hacia las cimas. La importancia de las comunicaciones por teléfonos celulares “walky-talkies” y emisoras es esencial para coordinar la acción de los equipos. Particularmente interesante es el empleo de “retardadores” –soluciones de polifosfatos de amonio– con los que se rocían cuadros concretos del bosque, desde los medios de intervención aéreos.

Es muy importante el conocimiento de los efectos físico-químicos del fuego en la secuencia: (1) Evaporación del agua contenida en los tejidos vegetales, pues aún a distancia del foco de fuego, el bosque recibe cantidad de radiación infrarroja y se precalienta; consecuentemente el agua contenida en los vegetales se escapa en forma de vapor, y la temperatura asciende a 100ºC, (2) Pirolisis –descomposición de productos químicos por el calor, sin llegar a arder. A medida que el fuego se acerca, la temperatura del bosque sube, especialmente por un fenómeno de convención que provoca corrientes del agua contenida en los tejidos vegetales, pues aun a distancia del foco de fuego, el bosque recibe radiación infrarroja y se precalienta; consecuentemente el agua contenida en los vegetales se escapa en forma de vapor y la temperatura asciende a 100 ºC . (2) Pirolisis o descomposición de productos químicos por la temperatura sin llegar a arder: a medida que el fuego se acerca, la temperatura del bosque sube, especialmente por un fenómeno de convección que provoca corrientes verticales de aire caliente; se alcanzan los 300º C y la masa forestal se degrada por pirólisis, con liberación de gases. (3) Ignición o acción directa del fuego, pues al contacto con el fuego los gases se inflaman, con producción de temperaturas de más de 1000 ºC, a las que no cualquier madera quema, de modo que en esta fase la igniscibilidad ya no cuenta. Al calor transmitido por convección –corrientes verticales de aire caliente– se agrega el de conducción o contacto. Particularmente notable es la inflamabilidad de los terpenos (pineno, canfeno y terpineno), todos ellos altamente volátiles, y que a determinadas concentraciones en el aire forman bolsas explosivas alrededor de los 60 ºC, que rápidamente alcanzan temperaturas de más de 1000 ºC. Los laboratorios especializados recomiendan cartografiar previamente estas bolsas o mantas de vapores inflamables, muy frecuentes en áreas de jarales, alcornocales y bosques de pino carrasco (P. alepensis).

Los efectos de los incendios forestales son verdaderamente demoledores sobre la vida vegetal y animal, que resulta radicalmente exterminada. El paisaje queda absolutamente invalidado para el turismo. El suelo es inmediatamente sometido a un rápido proceso de empobrecimiento por procesos de erosión y desertización, que eliminan los horizontes edáficos más fértiles A y B. La reparación del medio requiere luego la compleja roturación de bancales, costosas labores de reforestación y lo que es más grave, mucho tiempo; es decir, por lo general, no menos de veinte o treinta años, según el ritmo de crecimiento de las especies forestales implicadas.

Consignemos también porque es muy trascendente que sólo un 2% de incendios forestales, particularmente extensos, se llevan por delante el 80% de las áreas quemadas, lo que hace especialmente importante la rapidez de la intervención cualificada, y la concentración de medios en el punto preciso, es decir, en el foco primario del fuego.

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