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Calendario-programa de renovación energética y descarbonización exprés

14 de Julio del 2019 - José María Casielles Aguadé

Mis lectores habituales saben perfectamente que el Sistema Solar se formó hace unos cuatro mil quinientos millones de años, a partir de una masa de gas y polvo cósmico que, girando sobre sí misma, se contrajo y compactó formando una masa central o “proto-sol”. Otra parte del polvo cósmico primitivo se concentró en “protoplanetas”, en torno al cuerpo central. Nuevos lectores más escépticos pueden entender didácticamente el fenómeno, levantando con prudencia, la batidora en marcha cuando están preparando nata. Cuidado con las “masas planetarias de nata”, que no se van a satelizar.

El Sol es una gigantesca esfera de gases ionizados (concretamente hidrógeno y helio), a más de quince millones de grados, que se comporta como un formidable reactor nuclear de fusión (con “u”). Se mantiene en rotación permanente, es emisor de radiaciones diversas y dispone de un potente campo magnético de intensidad variable.

La actividad solar ha sido estudiada desde hace más de tres mil años, por los astrónomos chinos. Se sigue hoy con renovado y creciente interés, y con medios mucho más avanzados.

Nadie duda de los cambios climáticos, diarios, estacionales y geológicos, pero muy probablemente son mucho más complejos y desconcertantes de como algunos los imaginan:

Las radiaciones solares, del ultravioleta (UV), hasta el infrarrojo (IR), pasando por el espectro visible, experimentan cambios de intensidad. Esta variación es particularmente notoria en el UV, con oscilaciones muy notables cada once años aproximadamente, y que se han registrado en 1978, 1989, 2000 y 2011, relacionándose estas subidas con la extensión de “manchas solares” y con la producción de isótopos cosmogénicos (C-14, B-10 y Cl-36), así como registros en sondeos de hielo polar y en los anillos del tronco de los árboles.

Todo el mundo ha oído hablar de los períodos glaciares (de 100.000 años) y de los interglaciares (de 10.000) que frívolamente se han asociado con el aumento de anhídrido carbónico (CO2) antropogénico en la atmósfera terrestre, cuando el Hombre, como especie animal, no supera mucho los dos millones de años sobre la Tierra, los tiempos geológicos superan los seiscientos millones de años, y se han registrado glaciaciones desde el Cámbrico. Consecuentemente, es claro que hay que profundizar más en la causa de las paleo-glaciaciones, de las que tenemos conciencia indudable.

Particularmente interesantes son las glaciaciones menores en periodos históricos, y muy especialmente la conocida como “Pequeña Edad del Hielo”, entre 1645-1715 (setenta años), que afectó a Inglaterra, provocando la congelación de las aguas del Támesis, que llegaron a soportar el peso de un elefante.

En estos días, en los que la mayor parte de España se acerca o supera temperaturas de 40 grados centígrados, y todo el mundo habla de incrementos futuros de calor (en base a la fusión de hielos polares, retroceso de frentes glaciares y subidas mínimas del nivel del mar), expertos meteorólogos y astrofísicos anuncian la progresiva escasez de manchas, con reducción importante de la actividad solar para el año 2020, a lo más 2022, iniciándose así otra Pequeña Edad del Hielo, como la sufrida en Inglaterra en las fechas precitadas de los siglos XVII-XVIII, y con una duración similar, que valoran entre los 50 y los 100 años (Maunder). El tema, aunque sea cuestionable, precisa de un estudio riguroso, cuando nos estamos enfrentando a un gigantesco y costoso proceso de “renovación energética”, orientada hoy al calentamiento climático, y que está calificada de extrema urgencia, pero de la que no disponemos de calendario concreto, ni de criterios para la correcta elección de las técnicas adecuadas al clima con el que nos vamos a encontrar.

Es evidente que la sustitución de térmicas por renovables debe ser cuidadosamente estudiada, ya que las centrales fotovoltaicas y solares dependen de la irradiación solar; los aerogeneradores se cargan con los vientos (provocados por diferencias de temperatura del aire), y las hidráulicas dependen de la lluvia, que tampoco es ajena al clima. No quedarían afectadas, las centrales nucleares, ni las geotérmicas.

Repito que la cuestión es seria, máxime cuando se anuncia una descarbonización exprés, sin calendario ni programa.

Lo que sí está claro es que la especial fluctuación de irradiación UV, que se registra tras los mínimos solares de once años, nos debiera llevar a pensar en un “extremamiento climático cíclico”, más que en un calentamiento progresivo. Seria interesante buscar la confirmación de esta hipótesis, con las fechas de mayor frecuencia de melanomas, pues se señala la relación del W con el cáncer de piel, así como una presunta pérdida de eficacia de los protectores solares clásicos en farmacia.

Igualmente, claro, es que los aumentos de radiación UV provocan ionizaciones que influyen en la circulación atmosférica general, y que el campo magnético solar y las radiaciones cósmicas tienen efectos positivos en la cobertura nubosa. Quedan otras variables: las grandes glaciaciones se relacionan con la excentricidad de la eclíptica cada 90.000-100.000 años (Milankovitch). El giro lateral del eje terrestre, también responsable de influencias climáticas, presenta un máximo estimado de 26.000 años.

Más imprevisibles en el tiempo, serían una gran erupción volcánica, como la ocurrida en Krakatoa, o el impacto de un meteoro de cierta envergadura, como el registrado en la península de Darién (Mar de las Antillas). En ambos casos se originarían extensas capas de cenizas volcánicas, estabilizadas en la alta atmósfera, y consecuentemente, un invierno climático, por apantallamiento de la luz solar.

Sintetizando lo más sustancial: es razonable que mucha buena gente se sorprenda del “mínimo de Maunder”, pero este paradójico cambio climático ha sido un hecho indiscutible en la historia del Reino Unido. Podría cuestionarse si se repetirá o no a partir de 2020-2022; si ocurriera, y su duración fuese similar a la de entonces (70 años), la repercusión inesperada en la transición energética exprés que se proyecta podría ser catastrófica bajo los puntos de vista climático y económico.

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