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La villa de Grado

13 de Abril del 2010 - Emilio López Gómez (Grado)

Grado, municipio e histórica villa, antigua región de los prámaros, actual reino de los moscones, es uno de esos lugares que cuando uno lo visita queda prendado de la calidad de vida que intuye en sus habitantes. Es villa apacible, invita al paseo tranquilo, reposado, sin prisas, sin agobios; reconforta el espíritu descubrir que aún existe un remanso de paz en esta vorágine, en este maremágnum, en este estilo de vida que nos devora sin permitirnos un respiro, hay que trabajar para ganar, hay que ganar para consumir, hay que consumir para sentirse importante, para figurar, para ser.

Cuando uno se encuentra en Grado siente que ha perdido el tiempo, que no merece la pena el consumo, ni el coche importante, ni el impresionante piso, ni la casa en la playa o en la montaña, que nada de eso vale la pena, que lo importante es un paseo, oír el murmullo del Cubia o del Martín, el canto de los pájaros, sentarse en un banco contemplando que el agua discurre, que no retorna, y nosotros preocupados en banalidades en fruslerías, consideramos pérdida de tiempo todo lo que no sea el dinero, la crisis, la política y no valoramos ese descanso de tanta tensión, del estrés, somos incapaces de apreciar la charla amistosa con algún vecino, la botella de sidra en El Feudo o en Hevia, el vino con los amigos en Edi.

Nadie que no haya vivido una gran urbe puede valorar realmente este dolce far niente, pero hay alguna pequeña carencia que supongo que las autoridades municipales ya han pensado en paliar con el teatro-escuela de música que está en proceso. Si, se echan de menos algunas actividades culturales; teatro, conciertos, etc.

Dispone Grado de una estación de autobuses que para sí quisieran muchas capitales de provincia, son unas instalaciones modernas, con calefacción y baños, a parte dispone de unas dependencias para atención al público y de despachos o locales. Lástima que su utilidad sea, a efectos de los viajeros, únicamente el preservarlos de las inclemencias del tiempo. No dispone de personal que atienda, ni una máquina expendedora de billetes o recarga de tarjetas, ni una mínima cafetería que permita un café en las frías mañanas, ni siquiera los baños están abiertos todo el día. Es una pena que unas instalaciones de esta categoría estén absolutamente infrautilizadas. A quien competa una sugerencia, con perdón, a una inversión de este calibre se le podría sacar mucho más partido y rendimiento en beneficio de los vecinos, de esta manera se podría amortizar y se evitaría que el viajero cayese en la errónea sensación de abandono o descuido.

Está visto que la felicidad completa no existe.

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