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Cruzada contra el Papa

13 de Abril del 2010 - Inés Morán Álvarez (Oviedo)

La carga de Cristo es pesada, verdaderamente pesada. Encontrarse con Cristo es encontrarse con la cruz. Siempre que se encuentra a Cristo uno se encuentra con la cruz, siempre. Y a partir de ese momento, si es que quiere seguírsele, uno debe coger la cruz y cargarla sobre sus hombros y caminar con ella. Pesa la cruz, duele, a veces hasta parece que aplasta, que no se puede llevar, que uno se cae de cansancio y de agotamiento. Pero a la vez el seguidor de Cristo se abraza a la cruz sin soltarla, queriendo llevarla, aunque caigan lágrimas de sus ojos, aunque palpite con fuerza su corazón, aunque el llanto haga las más de las veces acto de presencia, aunque uno se tambalee hasta perder el equilibrio.

Hemos visto a Cristo en semana Santa cargado con su cruz. Hemos oído todo lo que pesaba sobre ese enorme madero cargado sobre sus hombros: las injurias, las blasfemias, los insultos, el desprecio, las humillaciones, las falsedades, las mentiras, las injusticias, las traiciones, la maldad del pecado, las deserciones. Hemos visto su soledad, sus lágrimas humanas, su dolor de Dios ante la maldad humana. Le hemos visto agotado, acabado, maltrecho, maltratado, abofeteado, escupido, azotado, y hasta crucificado. Le hemos visto hasta burlado cuando ya crucificado estaba exhausto. Y hemos visto su dulce mirada compasiva ante aquellos que le daban muerte, que cebaban en él su furia y su envidia, su desprecio y su ira injusta y despreciable, sin la más mínima compasión.

Un justo varón, el actual Papa Benedicto XVI, que cercano a la edad de la jubilación preparaba su descanso tras una vida de intensa actividad, que soñaba disponer de tiempo libre para dedicarse a la música, a tocar el piano, a pasear, a reflexionar, a poder escribir con calma, se encontró cuando menos lo esperaba con una nueva cruz, ésta más pesada que las anteriores. Sus planes se vinieron abajo. Dios le elegía como el nuevo Papa tras la muerte de Juan Pablo II. Es fácil imaginar la mirada que dirigió al Señor tras ser elegido, y su pregunta: Señor, ¿yo?, y la respuesta de Dios: Sí, tú.

Cargó de inmediato Benedicto XVI con la cruz que el Señor le proponía, sin oponer resistencia, sabiendo desde el principio lo costoso de esa cruz que debía llevar a su edad avanzada, cuando las fuerzas comienzan a disminuir. Y nos hemos acostumbrado desde entonces a verle caminar cargado con su cruz pesada, con ese madero aplastante sobre sus hombros. Fiel seguidor de Cristo, ha experimentado desde entonces lo que experimentó su maestro: las injurias, los insultos, las traiciones, las injusticias, las mentiras y falsedades, la maldad y retorcimiento del pecado. No le hemos visto llorar, pero sin duda ha derramado muchas lágrimas en soledad. Hemos visto lanzar sobre él iras injustas y despreciables, acusaciones ignominiosas y despreciables. Hemos contemplado su mirada humilde y silenciosa, comprensiva y amable.

Le hemos visto sufrir y de qué manera- por la iglesia de Cristo, por los hijos de la iglesia, por muchos de sus sacerdotes que la han traicionado y han hecho un daño irreparable a su tan querida iglesia de Cristo y al resto de los miembros de esa Iglesia. Y le hemos visto como cordero silencioso llevado al matadero y pidiendo perdón siendo inocente, por la culpa de otros. No hay que ser muy psicólogo para darse cuenta del sufrimiento interior que ha de tener este santo ya anciano, vilmente injuriado en estos últimos tiempos, acusado como lo fue Cristo siendo que ambos son inocentes.

Se le parte el corazón al hombre de bien que sabe valorar en su justa medida el padecimiento que arrastra este hombre a cuestas con su cruz pesada, terriblemente pesada y dolorosa, que no deja de llevar sobre ella el peso del pecado del hombre, de la maldad humana.

Ahora, unos ateos inquisidores británicos que se consideran intelectuales (¡ay, cuando de por medio anda la soberbia!) se han encargado de unirse a otro pequeño grupo de moralistas/legalistas/fariseos- que antes han publicitado fervientemente el ateísmo en autobuses- pretenden vilmente empañar la honorabilidad del Papa, buscando juzgarlo en Londres cuando haga acto de presencia en su viaje oficial ya confirmado-, aunando fuerzas dispuestos a meter al Pontífice en cintura sometiéndole a un inédito calvario judicial. ¿Motivo? Ninguno, simplemente salpicarle, hacerle culpable de lo que no es. Hacerle culpable del pecado de esos grupos de sacerdotes que han escandalizado al mundo.

Y el Papa seguirá adelante en su marcha con su cruz cada vez más pesada y dolorosa, y al mirarle se ve en él la imagen de su maestro sentenciado sin motivo, injustamente.

¿Cuántos Cirineos estamos dispuestos a ayudarle a llevar el peso de su cruz?

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